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De todas formas, no podemos menos de alegrarnos de estas atenciones. Y más todavía al saber que en 1920 tuvo oportunidad de contactarse con Ravel nada me– nos y, con la recomendación de éste, con el señor Eugene Cools, que fue su verda– dero maestro de orquestación y composición. No creemos que en esta época el P. Donostia llevara poco bagaje de armonías, pero también le puso al día en todas las avanzadas de París: ya había irrumpido también Strawinsky, la escuela de Vie– na (dodecafonismo y el serialismo) con Schónberg, Alban Berg y Webern, a los que parece no haberse adherido nunca. Pienso que les tendría distancia pero no falta de aprecio; estaban también los seis de Francia, aunque más tarde, y tiene incluso parentescos con algunos de ellos, como Poulenc. La música moderna fue una bandera en París, la llenó de escándalos y al P. Donostia le placía el escándalo. Y a partir de aquí arranca la época dorada de Donostia, sin tener en menos su música anterior, que tiene un gran peso en su obra global. Dan fe de ello sus mismas palabras: "La música de Ravel (como la de Debussy, Fauré, etc.) me había abierto la puerta del jardín de la música _moderna, de flores magníficas y raras" (O. C. III, 67). Estos nuevos aires se palpan e, incluso, marcan su música, alcanzando desde luego también la cumbre de su música, sobre todo, con la "Vie profonde de St. Frarn;:ois d'Assise". Del 20 al 30 hay trabajos suyos como transcripciones o arreglos corales a ve– ces, orquestales otras. Y es curioso que pervive en algunos el uso armónico ante– rior, índice inequívoco de su buen gusto armónico-armonizador personal, aceptado sin ninguna ruptura por el nuevo-moderno Donostia. Hay nuevas versiones de composiciones para canto y piano para uso coral, como hay versiones orquestales de sus Preludios Vascos. Hay composiciones nue– vas con las nuevas técnicé;ls adquiridas, no de mucha difusión, pero sí de un traba– jo de "reloj ero" fino (como Strawinsky bautizó a Ravel, no sin un leve acento iró– nico, llamándole relojero suizo). No queremos abrumar al lector con excesivos tecnicismos, pero sí indicarle que Donostia es consciente del enorme bagaje musical que lleva encima, del va– lor enorme de la música que se compone en sus días, y que en París suena día a día en todos los conciertos y tertulias musicales. Siempre hay nuevos valores y, sobre todo, se consolidan los grandes valores que ya existen. El no quiere renunciar a nada. Ahora es cuando sabe que es músico, que la que él ha producido le ha mere– cido el espaldarazo de grandes amigos y grandes músicos. Sus técnicas deben ren– dir ahora en las nuevas composiciones que fluirán nuevamente con vigor, con es– pontaneidad. Está demasiado seguro de sí mismo; está por encima de las críticas que ya siente venir, encima de músicos amigos que siguen escribiendo "alla" anti– gua, sin renovarse demasiado. En esta época hay también música de canto y piano que puede cifrarse en unos 40 números, y también algunas canciones populares vascas en versión coral y que hicieron fruncir el ceño a muchos que ya tenían clasificado al P. Donostia que ahora les tiraba la estantería abajo. iEste no era Donostia! iPara ellos! En efec– to, los trabajos actuales no le hacen remilgos a las técnicas escuchadas en París y Europa, aunque algunas veces les ponga un poco de sordina. En otros momentos, en cambio, se le ve pretendidamente iconoclasta. O bien, para definirlo con mayor justicia, diría mejor que simplemente se "sitúa" en las condiciones ideales, quiere la mejor orquesta y el mejor coro, no acepta trabas ni limitaciones. El problema de las dificultades interpretativas no es "su" problema, y se desentiende de él lisa y llanamente. Quienes hemos tenido la oportunidad de interpretar cinco veces su "Vie profonde...", tenemos la convicción de haber dado con un Donostia "desprejuiciado" y alejado de los intérpretes. Los integrantes del coro teníamos que arreglárnoslas con un diapasón a mano, porque la orquesta tam– bién nos abandonaba, y llegamos a la conclusión -así me sucedió a mí, al menos– de que para cantar "eso" son necesarios una orquesta y un coro profesionales de primer orden. 63

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