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62 apunta a renovaciones estéticas, aquellas precisamente que no le obligan a ajustar– se a una melodía y ritmo dados por tratarse de originales. Tiene canciones con texto de Verlaine, otras con texto de Guasch, Riber, Mestres. Son de este último las tituladas: "Pom de carn;ons", ramillete de diez canciones sobre poesías por él compuestas (9 originales y 1 popular vasca). Copio del P. Jorge: "Escribiendo a Pedrell el P. Donostia por enero de 1915, dícele sobre estas canciones: Me alegraría mucho que las viera usted. El lied o can– ción me atrae de una manera irresistible. Todo lo que tiene carácter íntimo me sub– yuga. Estas canciones de que le hablo salieron de golpe. Tanto, que tuve que apar– tar de mi vista el 'Pom de Carn;ons" de A Mestres porque corría peligro de ponerlo todo en música" (OBRAS MUS. del P. Don. t. Vl, IX). La variedad y colorido de las canciones es infinita. Todo lo que cae en sus ma– nos de verdad es una tentación para él. Todas tienen título, pero, además tienen un adjetivo, un cualificativo. Véase qué variedad. Copio algunas del tomo VII sin dis– criminación: amatorias - danza - de cuna - regreso a la patria - narrativa de asun– to religioso - el pajarillo enjaulado - cuento - infantil - saludo a Garazi - de cues– tación - romance - amor filial - báquica-festiva - (y dejo la mitad del libro). Estas pinceladas libres, sin sometimiento a nada le dejan campo abierto, con algún peligro de desbordarse. Pero el P. Donostia tiene una virtud que Manuel de Falla caracterizaba como la principal del músico: el "tempo" o la noción de ajuste según el carácter de lo que se compone. El, Falla, lo poseía en un grado eminente, y a través de todas sus composiciones, de cualquier dimensión que sean. Probablemente por esto sea Falla uno de los músicos más geniales en cuanto al sentido "crítico" y cabal de lo que compone. Como contrapartida es lógico que mermarán las páginas escritas, pero se pueden perdonar cuando las escritas son de tanta valía. Y creemos también que el instinto de Donostia, sobre todo en lo que a pequeñas composiciones se refiere, es infalible. Nunca se desborda ni se desvía. Tiene, en efecto, una noción precisa de lo que es el lied y se mueve perfectamente en su ámbito. Incluso, su olfato e in– tuición son increíbles cuando aterriza en una obra de gran aliento en cuanto quie– re "situar" la frase melódica intensamente amada y puesta con una mano sapien– tísima. Me refiero, por ejemplo, cuando toma melodías popular o gregoriana en la "Vie profonde..." donde no tiene remilgos en afrontar sus preferencias melódicas populares y tejerlas lo mismo para dar colorido a un número que para marcar una gran cadencia. En lo que se refiere al mundo orquestal su formación es un poco tardía y algo precaria. Y tiene conciencia de ello. Lógico, por otra parte, en un religioso de en– tonces que no ha asomado al mundo de los conciertos o las clases de análisis aca– démicas, puesto que se trata de tarea nada fácil y de trabajo práctico y tesón. Por eso en 1918 obtiene de los superiores permiso de acudir a Madrid y esta– blecer contacto vivo con la música orquestal y de conciertos. (Hoy día nos parece asombroso que en tales años se dé un permiso de tal ca– riz: "para oír conciertos... " y a todos sin duda nos viene el pensamiento de que tan inaudito permiso reviste una predilección que sólo tiene explicación en el hecho de que era un consentido, dadas sus dotes especiales y, sobre todo, la situación de su familia. No en vano sus padres habían dotado al colegio de Lekarotz de un órgano de gran calidad (un Cavaillé-Coll) y de un piano que, aunque para su uso, era un donativo a la institución y de un monto que obligaban a no chistar luego por es– tas "insignificancias"). Al que esto escribe un buen día el profesor y director de orquesta del Teatro Colón de Buenos Aires le regaló dos plateas para ver el "Pelleas et Melisande" de C. Debussy, y el Sup. provincial le concedió permiso sólo en atención que es– tudiaba carrera de composición y música sagrada, y a condición de que con la otra entrada no invitara a nadie. Cuando se enteraron del hecho los compañeros de la Facultad de Música, me "querían matar". Actuaba nada menos que Victoria de Los Angeles como Melisande de aquellos tiempos, 1961 ó 1962 si mal no recuerdo.
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