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también, ahora en sentido literario) de su vida musical y se lo debemos al mejor crítico musical español, Adolfo Salazar: "El P. José Antonio Donostia, sensible, poético, el temperamento de este músico capuchino, su amor por los suaves tonos del paisaje que le rodea y que Donostia transcribe musicalmente en delicadas in– flexiones y con una paleta de pálida pero exquisita gama. Es uno de nuestros mú– sicos actuales más personales, de sensibilidad más aguzada y de visión más afina– da por su afición a la música impresionista, encontrando en Debussy un modelo ideal. Sus canciones populares convertidas en trozos pianísticos son deliciosas, ver– daderas páginas del mejor impresionismo". Salazar insiste tal vez demasiado en el impresionismo. Y Donostia dijo que no es ajena esta producción suya a la similar de Schumann o Grieg. Pero no se inspiran en su estilo. Creo que es un error lo que muchos repiten cuando se apoyan en esa afirmación del P. Donostia para decir que se parece a estos compositores. No, no se parece. Lo que ocurre es que están motivados por una misma manera de mirar un paisaje, o sea, "alla Schumann o Grieg", según la manera de enfocar de ambos. No se trata, pues, de procedimientos ni de modos de sonar, aunque no tome todavía el vuelo impresionista que más tarde tomará. Pero Donostia se parece demasiado a Donostia. Y más que a nadie. Es con el último cuaderno, el IV, posterior (1923) en mucho y, sobre todo, des– pués del bautismo por inmersión de Eugene Cools y de Ravel y de toda la escue– la francesa: Debussy, Erik Satie, Scriabin, Fauré, Roussel, etc..., cuando sonará más impresionista, pero no menos "donostiano". Los preludios vascos tienen temas, melodías vascas, fácilmente reconocibles, porque casi siempre se escuchan en su natural formulación, simplemente reprodu– cidas, aunque bellamente revestidas de hermoso ropaje y, cuando no, resaltan igual– mente, aunque el tiempo esté aumentado o el ropaje armónico lo envuelva y lo pre– sente semioculto, pero claramente perceptible. "Los Preludios Vascos" nos han distraído un poco la atención. Son, desde lue– go, un jalón importante de su vida. Pero queríamos hablar de su música para canto y piano, menos conocida y no de menor peso. El mismo Donostia pone como modelos de los "lieder" modernos a H. Wolf y J. Brahms. Pero se puede decir que todos los grandes músicos, inclui– dos Strawinsky o Ravel mismo, o Falla, le han dedicado algunas flores exquisitas para este jardín delicioso. Pasamos por alto sus canciones religiosas en este estilo, aunque tenga verda– deras joyas también entre ellas. Componen una veintena las destinadas a funcio– nes religiosas con acompañamiento de órgano o armonio, aparte del gran núme– ro de melodías gregorianas sabiamente armonizadas y que le ocuparon su tiempo a lo largo de toda la vida. Difícilmente ha sido superado en esto el P. Donostia. Repetimos que ante una melodía que le gustaba o ante un simple texto que le impactase o simplemente le cayera bien, se le iban los dedos y surgía una canción en menos que se escribe. Esto realizó con muchas canciones del cancionero de Salaberry (Bayona 1870), esto mismo ocurrió con su primera canción, que realizó sobre el cancione– ro de Ch. Bordes (a quien le dedica un encendido y admirado artículo); "lkhas– kin mendian" que presentó en un concurso, compuesto en 1911. Notemos que son de la misma época de los Preludios vascos y que el acom– pañamiento corre fluido, aunque está más contenido en los "lieder". Donostia se entusiasma: "Hay en la colección de Salaberry melodías muy bellas que perviven todavía en la boca del campesino vasco". ' Hacia el año 1916-1917 publica otras, una cuarentena (las de Salaberry eran una.treintena, y vaya sumando el lector). Hay algunas que apuntan hacia unas am– biciones pianísticas no ocultas y a veces expuestas con gran brillo y despliegue. No olvidemos que el "lied" tiene renombre bien ganado en todos los niveles y el P. Donostia quiere asociarse a apuntarse más de un exponente; hay canciones en que 61

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