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58 ta de algo más que una curiosidad o un "hobby" coleccionista, es una de las palan– cas de su vida. Pero, entendámonos, nunca se dedicó exclusivamente a esa actividad. El mis– mo se dio cuenta de que se lo estaba encasillando como folklorista, y reaccionó prontamente, hasta el punto de utilizar otras lenguas, por lo que perdió el fervor de sus adictos del "jeiki-jeiki", que, desencantados, pensaron, y se lamentaban de ello, que su músico preferido se estaba perdiendo en rarezas armónicas y otras extra– vagancias... Tal vez había perdido su gusto, e incluso su inspiración... Pero él sólo respondía con una sonrisa irónica: "¿Qué dirían Bach y Haendel si despertaran y vieran que seguimos componiendo como lo hacían ellos?". Ensanchó el panorama de sus búsquedas folklóricas; ya no se limitó al valle del Baztán y su entorno, sino que extendió su labor a otros idiomas y geografías, como ya tendremos ocasión de comprobar. Por ejemplo, para hablar sólo del Instituto de Musicología de Barcelona, al que luego nos referiremos, dejó unas 8.000 fichas en la sección de folklore, refe– rentes a la canción popular. Nos lo cuenta su colega sacerdote don Francisco Bal– delló, quien añade: "Cada ficha es fruto de un estudio concienzudo del documen– to recogido". El P. Donostia tenía una facilidad notable para transformar un poema en una canción breve, perfecta, a la manera de Schubert: le bailaban las poesías, y tenien– do a mano un piano, las vestía con un ropaje musical improvisado, pero rn;i.por eso menos ajustado. · A propósito de esto recuerdo una anécdota, sin mayores referencias acerca de su origen o de sus actores: dos musicólogos del Instituto de Barcelona discutían acerca de las características de una melodía y del acompañamiento modal o tonal que le correspondería; Donostia no terciaba en la discusión, hasta que fue consul– tado; y entonces, se levantó, se dirigió al piano e improvisó un acompañamiento adecuado. Se acabó la discusión y los musicólogos estuvieron de acuerdo en que aquél y no otro era el acompañamiento que correspondía a la melodía. Aunque vasco y nacionalista, el P. Donostia tenía un espíritu universal, amplio y libre; y le gustaba igualmente el gascón, el catalán, el laburtano, el castellano moderno, pero sobre todo el antiguo, el francés ... Con el latín y el gregoriano rea– liza naturalmente otro tipo de comentarios. Desde el principio fue considerado como el mesías del nacionalismo vasco, (coincidió con la época de exaltación y exacerbación nacionalista, y él mismo es– taba un tanto contagiado e identificado con él, si bien sólo a nivel cultural), nun– ca mezcló la política en sus asuntos y sus trabajos, ni la mencionó siquiera, como ya lo hemos hecho notar. Pero una cosa es cierta: escuchar en ese tiempo sus preludios vascos o sus can– tos patrióticos, como el "jeiki-jeiki" era un acto nacionalista, y provocaba una es– pecie de conmoción revolucionaria, y no meramente musical... Panorama folklórico José A. de Donostia era cualquier cosa menos un "animal político". Se le po– dría tildar de nacionalista en el área cultural, y, claro, ante todo musical. Tanto es así que él escoge con toda naturalidad, amor y simpatía textos catalanes de Verda– guer, Guasch, Riber y Mestres ; castellanos antiguos: Alfonso X el Sabio, el Archi– preste de Hita, Valdivieso, Cabrera, Lope de Vega, y entre otros más, Ubeda, pa– ra su muy querido y apreciado "Poema de la Pasión". Los tiene franceses: Henry Ghéon, sobre todo , pero también Verlaine, Ronsard, Pierfitte... (sin contar que tam– bién tiene textos propios en francés, como los tiene igualmente en latín). Se apropia, asimismo, el acerbo del folklore ajeno. Le ocurre con la canción salmantina "Lágrimas de compasión", con cuatro villancicos burgaleses, con can– ciones religiosas provenientes de Cuenca, Ciudad Real, y hasta de Extremadura y

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