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54 hacer cantar, crear armonías y poblar el mundo de armonía, valiéndose de su pro– pia capacidad para orquestarlas y difundirlas; pero, al mismo tiempo, exhumar tan– tas armonías ocultas, que bien valía la pena despertar (como "desenterrador y de– sempolvador" de las mejores armonías de antaño, se definirá a sí mismo); y de he– cho, llevado casi de un frenesí de investigación que le brotaba de lo más íntimo, el P. Donostia será más que nada el gran folklorista, auténtico y autodidacta, que irá creciendo a lo largo de su vida junto con el acerbo de sus logros y sus cancioneros. Y esta fusión se da en lo más íntimo de su ser, en su "vida profunda" donde se libraban las grandes batallas y de donde surgen las vocaciones convincentes y definitivas. El alma se refleja en una especie de "caverna platónica"; se entra bien adentro, sin posibilidad por el momento de salir a la luz del día, de confrontarse con nadie, en la soledad total con Dios, con el destino, en la noche oscura, a la luz de una única antorcha. El P. Donostia se sabía músico. Según su propia declaración, oída de su pro– pia boca, se convenció de verdad de que era músico sólo al frisar sus cuarenta años (lo que, curiosamente, supone un retraso y una falta de espíritu crítico). Pensemos que a esa edad ya habían muerto un Mozart, un Schubert, un Mendelssohn, y es– taba a punto de morir un Chopin y un Schumann, etc. Amén de músico, fue siem– pre un religioso cabal, a la luz del día y ante todo el mundo. Ni siquiera ha tenido "ocasión" de ocultarlo, aun en medio de la guerra, en el exilio, como tampoco me– tido en el mundo, los conciertos, los salones, la misma Corte... No experimentó ningún tipo de vergüenza, pero tampoco ningún rechazo. Va a todas partes con su porte y con su hábito. Lo que no quiere significar que el hecho de ser un religio– so franciscano no le haya obligado a verdaderas renuncias y limitaciones. Co– mo, sin duda le hubiera gustado, no era precisamente un asiduo a los conciertos. Y, en general, su presencia era muy discreta y comedida: del convento al concier– to y del concierto al convento. También es verdad que no le hurtaba el cuerpo a sus obligaciones, a las exi– gencias de la amistad y aun a la conveniencia o el deseo de conocer simplemen– te a un personaje o imponerse de una situación que pudiera reportarle una ventaja de cualquier orden. A partir de esta profunda armonía entre su vocación religiosa y artística deben entenderse sus actividades, y también sus problemas. En relación con su no disimulado nacionalismo y su compromiso político va- le la pena citar de nuevo a don Miguel Querol: "... cuando yo llegué al Instituto a fines de setiembre de 1946, el P. Donos– tia llevaba ya dos largos años en el Instituto. Los comentarios que se ha– c(an en la ciudad decían que era un famoso músico capuchino vasco que vivía desterrado en el convento de N. Señora de Pompeya, en la Diagonal. Esto se decía, y no tenía la menor duda de que así era. Pero creo conve– niente aclarar, en estos tiempos en que todo está exageradamente politi– z~do, que jamás oí hablar al P. Donostia de política ni una sola vez, ni he visto en su Obras Completas tampoco un solo artículo hablando de polí– tica. El P. Donostia fue siempre un músico vasco religioso que sirvió con toda su alma y talento a Vasconia, a la Música y a la Religión, formando esta temática la tríada que conforma su personalidad con el más admirable equilibrio de los tres elementos que la componen". Me gustaría redondear estas afirmaciones agregando que el P. Donostia fue un hombre puro en el mejor sentido de la palabra, es decir, un hombre honesto, con– vencido, entregado. El se consideraba un servidor de Dios y de los hombres, obli– gado a servir su arte, humilde don de Dios que debía entregar a sus hermanos de la manera más pura y nítida posibles. Fue como una opción de vida que debió ha– cer, y que cumpliría fielmente desde que fue exonerado de sus obligaciones comu– nes como profesor en el colegio de Lekarotz allá por el año 1918, y hasta el fin de sus días. Saldría por los caminos de Dios y de la libertad, con la mayor naturalidad, a servir a su pueblo y a todo el mundo : una tarea, no por grata, menos sacrificada y llena de exigencias éticas. Pero asumida, de todos modos, con alegría, sabedor

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