BCCCAP00000000000000000001594

LO AMARGO Y LO DULCE La visión y las palabras del Cristo de San Damián tuvieron, sin duda, para san Francisco el carácter de una iluminación especial, una "gratuidad infusa" que marcó decisivamente su vida y su espiritualidad. Al parecer, y así cabría deducirlo de algunas fuentes primitivas, Francisco guar– dó celosamente el secreto de ese acontecimiento, revelándoselo sólo a algunos de sus más íntimos. Reflexionando sobre él, Celano afirmará que, a partir de ese momento, la imagen del Crucificado quedó marcada como un sello en su espíritu, que al final de su vida afloraría a su carne como culminación de un proceso de identificación y ápice de toda su sabiduría espiritual: "Conozco a Cristo Crucificado". De hecho, toda la vida de Francisco estuvo marcada por la enfermedad y la con– tradicción, hasta límites casi increíbles, con situaciones límite que por momentos parecían comprometer su propia capacidad de resistencia, y aun, en algunos aspec– tos el propio sentido de su vocación. El comienzo de esta profunda experiencia de la cruz de Francisco coincide con el encuentro de los leprosos en las afueras de Asís, que trastoca toda su escala de va– lores y con el Cristo de San Damián, cuyos enormes ojos, que, sin duda, debieron fas– cinar a Francisco, parecían abrirse desmesuradamente como para abarcar todo el dolor y el desconcierto del mundo, como para reflejar el pasmo sin límites de todos los crucificados de la tierra: desde los leprosos de Asís hasta los torturados en las salas de los hospitales y en las cárceles de todos los tiempos. Francisco tuvo, pues, desde el comienzo de su conversión la experiencia de ese sufrimiento extremo, y lo asumió y aceptó con una increíble libertad de espíritu tan– to en sus manifestaciones corporales como espirituales. Y por eso se le prometió: "lo amargo se te convertirá en dulce". Y por eso también, pudo ser y sigue siendo el pa– radigma del hombre interiormente reconciliado y pacificado, el santo alegre por exce– lencia, el pobre dichoso de las "Bienaventuranzas", cuyo signo distintivo es, sin em– bargo, la cruz, la Tau. Tal vez no se ha reflexionado y profundizado suficientemente esta teología de la cruz en la perspectiva franciscana, a no ser en un sentido demasiado o exclusivamen– te espiritualizante. Pero sorprende hasta qué punto está presente en los escritos de 1

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz