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cio, la tercera probación, etc... (32). A partir del Concilio adquirió carta de ciudadanía en la mentalidad de la Iglesia y en los programas educativos la idea de la vida religiosa como tarea contínua de crecimiento, de aggiorna– mento y de recalificación profesional (33). El documento sobre la formación a la vida reli– giosa (34) dedica un amplio espacio a este tema de la renovación permanente de la perso– na consagrada mediante un esfuerzo educativo a lo largo de toda la vida. Sería la primera vez que el Magisterio de la Iglesia ofrece una re– flexión y una norma "ex professo" sobre un tema, por otra parte actual a todos los niveles del hombre contemporáneo. Pero la realidad del hombre, como de– cía antes, no obstante su identidad eminente– mente individual, madura y se perfecciona por medio de est_ructuras y experiencias sociales, comunitarias, fraternas. Y con mayor r azón cuando el hombre se desarrolla en plenitud, empeñándose en encarnar ciertos esquemas y valores evangélicos. En el contexto socio-cultural hodierno, esta dimensión de grupo, de familia, de her– mandad tiene una función determinante en la acción educativa del religioso, porque la formación no puede concebirse solamente como responsabilidad de cada uno o de algu– nos hermanos escogidos. La formación es, debe ser, obra de toda la fraternidad, de todo el grupo. Sólo un empeño verdaderamente co– munitario puede estar en situación de atraer vocaciones y formarlas. Un proyecto educati– vo que prescinda de lo que se vive en toda la comunidad, que no sepa aprovechar los valo– res ( iy los límites!) de los demás hermanos de la Provincia, de la Orden ... peca de artificial y de falta de realismo. Por otra parte, la dimensión comunita– ria del individuo debe tener su incidencia (32} Cfr. "Statu ta generalia", Constitu tioni apostolicae adnexa, art. 9; Acta et D,ocumenta..., vol. III, p. 11 7 SS, (33) Cfr. Perfectae Caritatis, n. 18; Nuevo proyecto de C.I.C., can. 587. (34) Cfr. "Append. docum", n. 75. ARTICULO "educativa" en la misma fraternidad. No sola– mente las personas, sino también la comuni– dad y la familia religiosa entera, deben sentir– se interpeladas al empeño vital de una conti– nua renovación, de una formación permanen– te. Esto explica la importancia atribuí da, en la doctrina actual de la Iglesia, a la dinámica evangélica de la solidaridad, de la subsidiarie– dad y corresponsabilidad, de la comunión y participación, de la obediencia y del gobierno como formas expresivas de la solicitud de todos los miembros para el bien de toda la comunidad (35). Otro sector que hay que s'ubrayar bien en un proceso educativo realista es el de la realidad ambiental del hombre. La Iglesia del Concilio Vaticano II nos ha recordado este criterio formativo en el conocido principio para renovar y aggiornar convenientemente la vida religiosa: la adaptación a las cambiantes condiciones de los tiempos (36). El hombre y la comunidad se constru– yen en el tiempo y el espacio, condicionados, configurados no sólo por valores más o menos atrayentes, que justifican su opción de fondo, sino también por los acontecimientos, los contextos, las circunstancias y situaciones que Dios vuelve a proponer a través de la propia historia. Se trata, para decirlo brevemente, de una formación realista porque "encarnada", verdaderamente "historicizada" según los signos de los tiempos. Una ojeada paralela a las directivas pre– conciliares y a las del post-Concilio sobre la formación religiosa y sacerdotal pone clara– mente de relieve la distinta sensibilidad de las dos épocas - cronológicamente vecinas y psicológicamente lejanas- en lo que respecta a la valorización y a la inciden cia del propio "contexto vital". En el Congreso General de los Estados de p'erfección, en la "Sedes sapien– tiae" y Estatutos anexos hay, obviamente, referencias a las condiciones de los tiempos; (35) Cfr. Perfectae caritatis, n. 14; Ecclesiae sanctae, II, art. 18; Nuevo proyecto de C.I.C., can. 544. (36) Cfr. Perfectae caritatis, n. 2. 187

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