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ARTICULO con el discurso más amplio -particularmente sentido hoy- de los criterios antropológicos y socio-culturales del mundo actual y del cono– cimiento que tiene la Iglesia de su misterio, de su vocación y de su diálogo con la humanidad (26). Ciertamente, ya en el Congreso General de los Estados de perfección del año 1950 y en los documentos sobre la formación de los religiosos del año 1956 (27), se habla de reno– vación de la vida consagrada ante las interpela– ciones de una realidad nueva, más elástica y plural, en confrontación con algunos esque– mas tradicionales. Pero se trata, evidentemen– te, de una toma de conciencia aún incipiente y vaga. Luego vendrán el Concilio y el Magis– terio posterior a reafirmar la irreversibilidad de ciertos signos de los tiempos, de ciertas "realidades" que influyen decisivamente en la madurez del religioso y que deben estar pre– sentes en los programas pedagógicos puestos al día. A pesar del riesgo de simplificar dema– siado, quisiera señalar ahora -bajo el título de un proceso educativo "realista"- dos sectores puestos especialmente de relieve por la doctri– na actual de la Iglesia: la "realidad" del hombre, y la "realidad ambiental" del hom– bre. Primeramente, la realidad del hombre. Una realidad concebida esencialmente como algo vivo, dinámico, histórico, en un estado de crecimiento y madurez más acabada; una realidad extremadamente singular e irrepeti– ble, pero que se realiza al interior de estructu– ras y experiencias comunitarias. Las consecuencias en el campo educati– vo son muchas e importantes. Por una parte, esto comporta una pedagogía más personaliza– da y personalizante que en el pasado. Supe– rando ciertas fórmulas de seguridad, apoyadas en esquemas fijos y uniformes, es necesario (26) Cfr. Ecclesiam suam, Lumen gentium y Gaudium et spes, etc. (27) Cfr. "Append. docum.", n. 8, 10. 186 "correr el riesgo" de la aventura de un camino de fe, que es fidelidad dinámica y creadora, promoción plena de los dones de cada uno, a través de un ejercicio responsable de la liber– tad. Ciertamente, esto compromete además a los responsables de la formación; pero nuestro proyecto evangélico sólo tendrá valor si per– manece flexible para las personas que deben vivirlo y en la medida en que "cada uno" lo viva e interiorice. Entre la pedagogía "permisivista" que censuraba Pío XII - "se frena la libertad hasta donde es necesario; se dejan las riendas sueltas lo más posible"- y "la desapropiación de la propia voluntad, la renuncia a la propia liber– tad" (28), hay otros caminos, que acrecientan "la libertad de los hijos de Dios y hacen llegar a su pleno desarrollo la dignidad de la perso– na" (29). En este sentido resulta elocuente una lectura paralela del discurso sobre la obediencia de Pío XII (30) y las implicaciones que comporta la directiva conciliar sobre la obediencia "activa y responsable" (31). Otra consecuencia que merece ser des– tacada es ésta: el concepto de formación co– mo tarea de toda la vida. Ya que la fidelidad no es inmovilismo y la vida debe ser una respuesta siempre adecuada a las nuevas situa– ciones de la propia historia, la así llamada "formación permanente" responde a las exigencias más vitales de la persona, llamada a realizarse en el aggiornamento, en la investiga– ción y en la conversión continua. Resulta inte– resante constatar que en los años del pre-Con– cilio se hablaba, a lo más, de una prolongación de la formación en la primera etapa, después del período de la así llamada formación inicial ( i o formación "sic et simplici ter"!): el año de pastoral, el quinquenio después del sacerdo- (28) Cfr. Alocución de Pío XII a los Delegados del Congreso General de los Estados de perfección, en Acta et Documenta. .., vol. IV, p. 31 7s. (29) Cfr. Perfectae caritatis, n. 14; Ecclesiae sanctae, 11, n. 18. (30) Cfr. supra n. 28, p. 3 l 7ss. (31) Cfr. Perfectae caritatis, n. 14 y 3.
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