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errante, y es expresión de un apego a tiempos pasados de cuya desaparición no se quiere to– mar nota. De este modo, y por fines adminis– trativos ,prácticos, se continúa dividiendo el mundo en dos partes: aquí, la iglesia-patria; allá las misiones-extranjeras, lo que se transforma fácilmente en "lejos de Europa" = "lejos de Cristo". Bajo este aspecto, la EN ha unificado prácti– camente los confines sin tocar naturalmente la cuestión práctica de la administración. El Papa no divide va sus territorios, sino sus hombres. No ::;e preocupa de las distancias geográficas, sino únicamente de la distancia de Cristo. En el capítulo V habla de los destinatarios de la evangelización y contempla sobre todo tres gru– pos: -Los qLe están todavía lejos de Cristo, es decir, la humanidad precristiana; en rela– ción a éstos la Iglesia tiene el urgente de– ber de la primera predicación (n. 51); -Los cristianos que, dadas las difíciles situa– ciones de la vida de hoy, tienen más que nunca la necesidad de ser sostenidos en su fe (n. 54); -Los que no practican, los que ya no creen, es decir, la humanidad postcristia– na; en relación con éstos la Iglesia debe pensar en nuevos métodos, y encontrar un nuevo lenguaje con el fin de predicarles nuevamente la fe en Cristo (nn. 55-56). Hoy, estos tres grupos están presentes en to– das las naciones y la Iglesia se encuentra por eso en situación misionera por todas partes. La subdivisión territorial evoca una fijación es– tática; lleva a pensar en una "guerra de posi– ciones". La subdivisión en grupos sociales re– presenta un desafío dinámico, un comienzo de una "guerra de movimiento". En la EN el Papa habla de lo que entendía por "misión" (el pri– mer anuncio a los que todavía están lejos: po– demos conti:iuar llamándolo tranquilamente ac– tividad misicnera), pero no vuelve a usar esta palabra y desearía evidentemente verla caer en desuso. La Populorum Progressio la había ya suprimi– do por el hecho de que hablaba sólo una vez y de paso, al hablar de la obra de los misioneros (PP 12), para añadir inmediatamente después que semejan,tes iniciativas locales y cronoló– gicamente limitadas, ya no bastan, y que por tanto la Iglesia, interesada en el desarrollo= paz =salvación de la humanidad, debía estar hoy en todos los grupos del mundo y en to– dos !os estratos de la sociedad como un fer– mento, y así cumplir su deber. ARTICULOS Ahora la EN ni siquiera nombra las misiones. Por eso podemos decir: las misiones han sido una forma histórica concreta de la evangeliza– ción; su nombre y su -estilo tuvieron origen con los imperios coloniales y deben desaparecer con ellos. Las misiones se han convertido en ana– crónicas; chocan con la sensibilidad de hoy, y se prestan a más de una reserva teológica. Con el fin de salvar la sustancia, cambiemos el nom– bre y usemos de ahora en adelante el vocablo más moderno y dinámico de evangelización. La evangelización permanecerá siempre v á I i d a mientras existan hombres peregrinos en este mundo. De donde se derivan consecuencias que afec– tan también la estructura jurídica de nuestra Or– den. El P. Bernardo de Andermatt, general de la Orden de 1884 a 1908, dio un nuevo impulso a la Orden con su principio: "a cada Provincia, su Misión", principio que ha tenido efectos estu– pendos por mucho tiempo. Sin embargo, por lo que llevamos dicho, resulta que ya no es ade– cuado a la nueva situación. Hemos tomado gra– dualmente acta de este estado de cosas. Los Capítulos Generales de 1964, 1968 y 1970 han discutido mucho a propósito de la renovación del Estatuto~Direotorio de las Misiones, hasta que el Capítulo General de 1974 integró este Estatuto en las Constituciones con el fin de de– mostrar la plena unidad que existe entre misio– nes y Orden. El Consejo General de 1978, ¿dará un paso más y borrará simplemente el vocablo de "misiones" para dar lugar al de "evangeli– zación" y de "colaboración eclesial"? En rea– lidad, no se trata de aferrarse simplemente a lo que el P. Bernardo de Andermatt estableció en– tonces, sino de hacer hoy lo que él haría ante los signos de los tiempos. Estas ideas obviamente no están maduras en todas partes y del mismo modo; pero deberían servir en todas partes como ideas-guías. No de– bemos limitarnos a estudiar los documentos eclesiásticos; debemos también aplicarlos. No podemos detener la crisis de las misiones, pero podemos alimentar una gran esperanza para el futuro de la evangelización. En los últimos quince años hemos asistido a una estupenda floración teológica; podríamos decir que se ha tratado casi de un rejuveneci– miento teológico que sólo ha hecho el bien a una Iglesia que cuenta con dos mil años de existencia. Los nuevos puntos de vista teológi– cos todavía no son garantía de un nuevo celo apostólico; sin embargo, permiten a los futuros cristianos el comprometerse por esta Iglesia, que sabrá encarnarse en el mundo de mañana. 151

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