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ARTICULO$ las relaciones internacionales y, especialmente, en los intercambios comerciales, situaciones de neocolonialismo económico y cultural (n. 30). Prosigue el Papa, diciendo que la salvación tie– ne dos dimensiones, una trascendente y escato– lógica, y otra inmanente e histórica; que entre los dos órdenes existen estrechos vínculos, es decir, vínculos de origen antropológico (el hom– bre es único), de naturaleza teológica (un úni– co plan de Dios en relación con la creación y la redención , de naturaleza evangélica el ejem– plo de Cristo y que, consiguientemente, no es lícito descuidar ninguno de los aspectos, o sin más, negarlos, sin traicionar al hombre (nn. 27- 32). Naturalmente que podemos hacer resaltar más un aspecto que otro, según las circunstan– cias: así, por ejemplo, en las naciones pobres nos declararemos sobre todo en favor de la jus– ticia social, y en las naciones del bienestar o desarrolladas, trataremos de despertar la espe– ranza en la. definitiva bienaventuranza haciendo hincapié sobre las alegrías o frustraciones de la vida. De_bemos llevar también estos nuevos puntos de vista a la nueva enseñanza del catecismo y de la teología fundamental. No podemos retro– ceder al tiempo anterior a la EN. La religión no puede ser considerada como un algo aislado, como una obligación dominical, sino como un fermento de la misma vida. Se equivocan los catecismos que hablan "solo" de la fe, de los sacramentos, de la Iglesia, dejando que el "Evangelio de la justicia y de la paz" lleve una vida lánguida al margen de la existencia ecle– sial. La unidad en la que aquí pensamos, estaba muy bien expresada en la antigüa trilogía cris– tiana: -Koinonía: La comunidad se reúne para co– locarse bajo la palabra de Cristo, recibir su cuerpo, reavivar la con– ciencia de la propia vocación mi– sionera, -Kerygma: Nos sentimos impulsados a comu– nicar a los otros lo que nosotros mismos hemos experimentado. Uni– do íntimamente a este aspecto está la -Diakonía: Que no es simplemente la caridad en las situaciones de necesidad, si– no, sobre todo hoy, el sentido del empeño por la justicia y por el de– sarrollo de aquellas virtudes que transforman el mundo en otro mun– do mejor. 150 Vista así, la religión se convierte nuevamen– te en algo relevante y en algo dotado de sentido para los jóvenes de hoy, e incluso para el mar– xismo. IV. DE LAS MISIONES A LA EVANGELIZACION Las "misiones entre infieles" (misiones ex– tranjeras) han constituido por mucho tiempo una página particularmente gloriosa de la histo– ria de la Iglesia. Ahora, su nombre y su forma han llegado a convertirse en algo problemático. Las misiones, de hecho, significaban unos "te– rritorios" confiados a un Instituto misionero ex– tranjero con el fin de que fuesen misionados, y equivalían, podemos decir, a una especie de colonia eclesiástica; significaban "empresas", obras que actuaban de modo autónomo y trans– formaban las misiones, las estaciones misiona– les, en centros de cultura, incluso como un Es– tado dentro del Estado, el cual se preocupaba de sus cristianos desde que nacían hasta que morían. Esta concepción ya no es posible dadas las cambiadas circunstancias políticas y ecle– siales. El Vaticano 11, por tanto, comenzó a hacer las necesarias revisiones, colocando a la misión en el centro de la Iglesia, cosa que hasta ahora es– taba prácticamente subdelegada a los Institutos misioneros. Y es significativo que el Concilio no nos haya dado sólo el decreto sobre las misio– nes Ad gentes, sino que haya fundamentado la dinámica misionera en la misma Constitución central de la Iglesia, y que hable prácticamen– te de la misión en todos los demás documentos. En la Iglesia nadie puede decir que la misión no le afecta. Por lo que se refiere al Decreto sobre las misiones, desarrolla algunos puntos nuevos y fe– cundos, como por ejemplo, la idea de las Igle– sias locales (cap. 111), la idea de que la Iglesia es misionera por su misma naturaleza, y, por tanto, siempre y donde quiera. Después, brus– camente restringe de nuevo el concepto de mi– sión y lo identifica con las "misiones", cuando declara: "las empresas concretas con las que los heraldos del Evangelio enviados por la Igle– sia cumplen, yendo por todo el mundo, el de– ber de predicar el Evang,elio e implantar la Iglesia entre los pueblos o grupos humanos que todavía no conocen a Cristo, reciben común– mente el nombre de "misiones"... y se realizan en determinados territorios señalados por la Santa Sede" (n. 6). Esta afirmación, introducida contra el parecer de los especialistas presentes en la comisión, da la impresión de un bloque

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