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ARTICULOS universal de los fieles, de los carismas como dones específicos de los fieles; y finalmente, el cap. 111 trata de la jerarquía puesta al servicio del Pueblo de Dios. Con todo, no se niega en modo alguno la función de la jerarquía; sim:plemente se la co– loca en su puesto. El decreto sobre el oficio pastoral de los obispos y el de la formación sacerdotal describen más detalladamente esta obligación. También la EN indica al sucesor de Pedro, a los obispos, sacerdotes y religiosos su función específica al servicio de la evangeliza– ción {EN 67-69). No hace falta repetir otra vez estas mismas cosas. Los representantes de la jerarquía deben guardarse continuamente del peligro de recaer en la concepción preconciliar de tomar todas las decisiones referentes a la Iglesia sin dialogar con los teólogos y con los laicos; y de ceder a una especie de reacciones de miedo y de refugio en la autoridad. Es oportuno ilustrar brevemente la función de los laicos en la Iglesia. Antes del Vaticano 11 se insistía sobre todo en su dependencia de la jerarquía para cualquier clase de apostola– do. Ahora, sin embargo, el Decreto sobre el apostolado de los laicos nos dice que ellos tie– nen el deber y el derecho de ejercer el apos– tolado en virtud o fuerza de su unión con Cris– to y que su necesaria y específica participa– ción en la misión de la Iglesia dimana de su misma vocación cristiana (AA 3). ¡En verdad, ni si quiera el ciudadano obra siempre bajo el pre– cepto del Estado! El Decreto reconoce también que la nueva conciencia de los laicos, en re– lación con su propia responsabilidad y su es– pecífico compromiso en la Iglesia, es fruto de la "evidente intervención del Espíritu Santo" {AA 1). Desde entonces hemos asistido, sobre todo en las naciones de la Tercera Iglesia, a una asombrosa formación de la conciencia y de la actividad de los laicos. En América Latina, los obispos, reunidos en Medellín en 1968, han tra– taao de tomar muy en serio el Concilio y han lanzado la palabra de orden sobre las comu– nidades de base. Esto ha traído, como cosa buena, que ahora en muchas naciones los lai– cos se reúnan en millares de comunidades pa– ra leer la Sagrada Escritura, para orar, reflexio– nar, meditar sobre la misma y sacar las con– clusiones concretas para el necesario cambio de su vida cotidiana. Antes, la cura de almas se hacía desde arriba, era monopolio del sa– cerdote, que aparecía como un meteoro, dos o tres veces al año, en las comunidades, y des– pués desaparecía de nuevo. Ahora, la cura de almas se hace desde abajo, desde la base; son 148 los laicos quienes se toman esta responsabili– dad y estimulan durante todo el año a sus her– manos en la fe a vivir conforme al Evangelio. Muchos sacerdotes reconocen haber sido reno– vados con el contacto de semejantes grupos. Y hay quien ha llamado a esta nueva forma de cura de almas, desarrollada en América Lati– na, "revolución copernicana" {Pro Mundi Vita, Bruselas 1976, septiembre, p. 4). Del mismo modo, las comunidades periféri– cas en Asia, pero sobre todo en Africa, han sido autonomizadas y activadas. Ellas celebran sus liturgias sin la presencia del sacerdote, in– vitan a los pariente·s y amigos no cristianos a tomar parte en las mismas; éstos vienen y que– dan asombrados ante tales ceremonias y se hacen inscribir como catecúmenos y tratan de sacar de esas celebraciones sentido, fuerza y alegría para sus fatigosos quehaceres diarios. Se podría casi decir que la falta de sacerdotes ha sido una necesidad ,providencial que ha per– mitido al Pueblo de Dios llegar a ser maduro. Antes, el apostolado era organizado y fundado sobre "agentes" oficiales y asalariados {obis– pos, sacerdotes y catequistas); ahora, se ha vuelto al primitivo sistema original cristiano de la difusión espontánea del cristianismo. No debemos separar lo que hasta ahora he– mos dicho sobre la función de los laicos en la Iglesia, de su función en el mundo. También esta última función es muy importante y, des– de luego, ciertamente •preeminente. El Concilio ha hablado de estos dos campos distintos, y no obstante unidos, y por tanto de los dos servi– cios requeridos, es decir, el de la salvación (palabra y sacramentos) y el de la construcción del orden temporal, y ha reconocido la posi– ción que ocupan los laicos en estos dos cam– pos {AA 5-8; LG 31; GS 43). La EN, después de haber reconocido natu– ralmente la función de los laicos en la Iglesia {nn. 73-75) y haber señalado la distinción entre los dos órdenes, indica ahora a los laicos, de modo claro y neto, la prioridad del servicio que tienen que dar al mundo: "su tarea primera e inmediata no es la institución y desarrollo de la comunidad eclesial. .. sino el poner en prác– tica todas las posibilidades cristianas y evan– gélicas, escondidas pero a su vez ya presen– tes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora {!) es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultu– ra, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la
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