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mental del Papa, desde el momento en que afir– ma que el hombre contemporáneo está parti– cularmente abierto y es más sensible en rela– ción a las riquezas de las Iglesias locales (EN 62) y que "una legítima atención a las Iglesias particulares no puede menos de enriquecer a la Iglesia. Es indispensable y urgente. Respon– de a ,las aspiraciones más profundas de los pueblos y de las comunidades humanas de ha– llar cada vez más su propia fisonomía" (EN 63). Tal visual es digna de una Iglesia presente en seis continentes con una autoconciencia po– lítica, cultural y eclesial cada vez más propia. La Iglesia local no es, por tanto, un concepto geográfico, topológico, sino un concepto ecle– sial; es el espacio en el que el Evangelio es anunciado a un determinado ambiente; en el que la liturgia se celebra con una lengua local "cultural"; en el que, por tanto, son lícitas nue– vas experiencias y en el que son reconocidas nuevas formas. . . todo con gran fidelidad a Cristo y a su Evangelio. Quien intenta obrar en conformidad a esta teología, experimentará una tensión inevitable y también saludable. Los dos polos de la Iglesia, la Iglesia universal con el Papa y su centro ad– ministrativo, por una parte. y las Iglesias loca– les, por otra, tienen el derecho y el deber de sostener y defender sus diversos puntos de vis– ta. Sólo así se llega a un justo ,equilibrio; sólo así, la koinonía no conducirá simplemente a la subordinación de las Iglesias locales a la Igle– sia universal, sino a un enriquecimiento de la l•glesia universal a través de las Iglesias loca– les, y esto, mediante un diálogo fraterno y en mutuo reconocimiento. Sabemos, sin embargo. que estas ideas teológicas han tenido que lu– char para poder imponerse, primero antes del Sínodo, y después durante el mismo Sínodo, por lo que encuentran resistencia cuando tienen que ser llevadas a la práctica. Para unos existe la Iglesia universal, en la que las Iglesias lo– cales deben insertarse en nombre de la uni– dad, confundida fáci-lmente con la uniformidad; para otros, existen las Iglesias locales que, se– gún todos los documentos, tienen el derecho de existir por sí mismas y que constituyen con su comunión el rico cuadro de la Iglesia una, cuya unidad no es garantizada sólo por las meras formas exteriores, sino más bien por el único Señor, por el único Evangelio y por la única ca– ridad. Si las dos partes se dejasen guiar por el "Es– píritu", la discusión no llevaría a una polariza– ción en la Iglesia, sino a la instauración de una justa armonía. Por otra parte, el Espíritu ha te– nido siempre necesidad de sus profetas que, la ARTICULOS mayoría de las veces, han tenido que sufrir "el destino de los profetas". 11. IGLESIA JERARQUICA Y PUEBLO DE DIOS Cristo predicó el reino de Dios en torno a sí al pueblo de Dios. Su comunidad, con el fin de continuar esta obra después de su muerte, tu– vo necesidad de determinados oficios pastora– les, doctrinales y sacramentales. La Sagrada Escritura subraya mucho el carácter diaconal de los oficios eclesiales. Con el tiempo los mi– nistros constituyeron un estado social rodeado de muchos ,privilegios. Evocando el "santo or– den" de los ángeles en el ,cielo, como es des– crito por Dionisio el Areopagita, se llamaron jerarquía; monopolizaron todos los oficios; ter– minaron por identificarse con la Iglesia, y redu– jeron a los laicos a la casi condición de Iglesia discente, obediente y pasiva; a la condición de personas que debían preocuparse únicamente de la propia salvación, sin intervenir en la Igle– sia. Incluso en las misiones se daba toda la pre– ferencia a la formación de un clero indígena, mientras que se daba poco interés o se desti– naban escasos recursos a la formación de los laicos indígenas al servicio del mundo. No en balde, desde hace ya muchos siglos, se ha venido invocando una desclericalización de la Iglesia. Sin embargo, a la acción extre– mista de los reformadores, siguió la reacción católica que subrayó todavía más los oficios y conservó esta actitud hasta la víspera del Va– ticano 11. El tratado sobre la Iglesia contenido en el conocido manual de Teología de Tanque– rey (Brevior Synop'sls--,__Theologiae Dogmaticae, París, 1949) dedica 62 páginas para demostrar que Cristo instituyó la Iglesia: 1.9 como socie– dad verdadera y propia; 2.9 como sociedad je– rárquica; 3.9 como sociedad monárquica; y de– dica sólo dos páginas para hablar de la Iglesia ,como Cuerpo y como Esposa de Cristo. Mu– chos teólogos de muchas naciones europeas, han sido formados en esta escuela de Teología, al modo de Tanquerey, e, incluso, el mismo es– quema preparatorio del Vaticano II todavía se ,presentaba ideado según esta estructura jerár– qui-ca de la Iglesia. Después vino un terremoto parecido al de la mañana de Pascua, y el Espíritu Santo sopló como en Pentecostés. Fruto de un diálogo ge– nuino entre los obispos y los mejores teólogos fue la nueva constitución sobre la Iglesia, ~Lu– men Gentium, que trata en el cap. 1 de la Igle– sia como misterio, como reino de Dios y como Sacramento originario; en el cap. 11 habla de la Iglesia como Pueblo de Dios, del sacerdocio 147
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