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ARTICULOS tó solamente una columna: la del fuerte poder central que sucesivamente se acentuó cada vez más, como para recompensar al Papa de la pérdida del poder político. Con todo, no que– remos decir nada contra la importante función unitaria que este poder central, llamado hoy preferencialmente "oficio petrino", ha ejercido y debe ejercer. Con un retraso de cerca de cien años, el Va– ticano II se ocupa otra vez del tema, reafirman– do naturalmente la doctrina del Vaticano 1, pe– ro la desarrolla enteramente, delineando la doc– trina del epicospado y de las Iglesias locales (LG), levantando así la segunda columna de la eclesiología. Las Iglesias locales -es decir, la diócesis y también las parroquias, una nación entera, in– clusive pequeños grupos -no pertenecen sim– plemente a la Iglesia, sino que son la Iglesia: "La Iglesia de Cristo está verdaderamente pre– sente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles. . . Y en las cuales y a base de las cuales se constituye la Iglesia Católica, una y única (LG 26; 23). Estas son afirmaciones de las importantes del Vaticano 11, y constituyen la carta que legitima muchas Iglesias locales en donde la Iglesia aparece no sólo como insti– tución, sino como acontecimiento, especialmen– te en la celebración eucarística, en la que no nos limitamos a creer en la presencia especial de Cristo operante en todas partes, sino que experimentamos la presencia especial de la Iglesia universal. Estos dos aspectos no son al– ternativos, sino que forman al mismo tiempo los dos elementos constitutivos de la misma Iglesia. Las Iglesias locales tienen todo el derecho de tomar en serio y de desarrollar una sana auto– conciencia. Por otra parte, ellas son Iglesia de Cristo si viven en koinonía, en comunión, con todas las iglesias y bajo el obispo de Roma. En caso ,contrario, se convierten en sectas, en el sentido literal de la palabra. El Vaticano II hace dos afirmaciones nuevas •e importantes a propósito de estas Iglesias lo– cales, sobre todo con miras a las jóvenes Igle– sias: a) ellas no son simplemente objeto, sino su– jeto de la misión (AG 20); h) y tienen la responsabilidad de configurar en alguna medida y modo propio la teología, la liturgia y la disciplina eclesiásHca, lo que lleva a establecer un legítimo pluralismo (LG 13; 23; se 37-40). Lo que estos documentos dicen de un modo tímido y en forma de postulados, lo afirma ahora de un modo valiente y decidido la EN. En ei tiempo transcurrido desde el Concilio hasta la 146 EN se ha celebrado el Sínodo de los Obispos de 1974. En él, los obispos del Tercer Mundo manifestaron claramente la voluntad de evan– velizar sus propias naciones y pidieron igualmen– te con insistencia, casi con obstinación, que el cristianismo se indigenizace de modo genuino o, dicho en términos teológicos, que fuese "en– carnado" en las otras culturas. Recordemos que en tal Sínodo -a diferencia del Vaticano II y de los otros tres primeros Sínodos "hechos" todavía por obispos y teólogos occidentales- los obispos de la Tercera Iglesia tenían la mayo– ría numérica, y tuvieron las dos terceras partes de los discursos, y sobre todo expusieron las ideas importantes que después pasaron a la EN. No tenemos necesidad de ilustrar, una vez más, cómo este documento pontificio impone a toda la Iglesia, a todas las lg'lesias y a cuántos en ellas viven, el deber de la evangelización; me– jor todavía, les re.cuerda que tal deber está en– raizado en la naturaleza misma de su vocación cristiana. Detengámonos más bien sobre la idea del pluralismo legítimo, ,por tratarse de un pun– to particularmente candente. Paulo VI no lo pre– sentaba sólo como un derecho, sino que lo incul– caba como un deber: "Las Iglesias particulares profundamente amalgamadas, no sólo con las personas, sino también con las aspiraciones, las riquezas y límites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo que dis– tinguen a tal o cual conjunto humano, tienen la función de asimilar lo esencial del mensaje evan– géJi.co (¡no el "corpus christianum" de dos mil años de historia occidental! W. B.), de trasva– sarlo ... al lenguaje que esos hombres compren– den. . . Dicho trasvase (!) hay que hacerlo ... en el campo de las experiencias litúrgicas, pe– ro también a través de la catequesis, la formu– lación teológica, las estructuras eclesiales se– cundarias, los ministerios. El lenguaje debe entenderse aquí no tanto a nivel semántico o literario cuanto al que podría llamarse antro– pológico y cultural'' (EN 63). Se trata, pues, de afirmaciones programáti– cas que hay que tomar con la máxima serie– dad; se trata de abrir caminos hacia un futuro nuevo, después de tantos siglos de europeísmo. Ciertamente se tiene la impresión de que Pau– lo VI se retrae, como asustado, frente a sus mismas afirmaciones tan audaces, y de que las rodea de muchas cláusulas y exhortaciones con el fin de proceder con ,prudencia y no poner en peligro la unidad de la Iglesia. Sin embargo, sería un error el querer deducir por eso, que tales afirmaciones tienen que ser interpretadas en sentidq restrictivo. Todo el contexto deja en– tender claramente cuál es la insistencia funda-
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