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Diego de Tapia, que abrigaba la ilusión de que una hija suya fuera clarisa; ésta, en efec– to, tomó el hábito previamente, con el nom– bre de sor Luisa del Espíritu Santo, en el santuario de Guadalupe, en presencia del vi– rrey, de los oidores de la Audiencia y de una buena representación de la nobleza. Junto con ella vistieron el hábito tres doncellas indias que habían de asistirla en el monaste– rio. Este fue inaugurado el 13 de enero de 1607. Pero no era fácil establecer la deseable convivencia, en plano de igualdad, entre re– ligiosas de origen criollo y religiosas de ori– gen indígena en una misma comunidad, si se quería ofrecer a la mujer india la posibilidad de realizar en pleno y sin complejos su voca– ción a la vida consagrada. A esto obedeció la idea de crear comunidades exclusivamente indígenas. Es lo que se hizo realidad, no sin tener que vencer fuerte oposición, en la fundación del monasterio del Corpus Christi de México en 1724, con resultados plenamente positi– vos. De él saldrían otras dos nuevas funda– ciones para Clarisas descalzas indias: la de Casamalupan, en 1737, y la de Antequera, en 1782. También las Clarisas Capuchinas tuvie– ron, como ya se ha dicho, un monasterio para indígenas en Oaxaca, fundado en 1744; la gente lo conocía bajo el nombre de las "Ca– puchinas indias". Vicisitudes de los monasterios ameri– canos en el siglo XIX La historia de las Ordenes religiosas, como es sabido, conoce un largo siglo de dura prueba de supresiones y exclaustraciones, cuya primera embestida provino de los go– biernos regalistas europeos á fines del siglo XVIII; la segunda tuvo como causa la revo– lución francesa y la tercera, más duradera, tuvo como agentes a los regímenes liberales. En España esta prueba no afectó a las comu– nidades femeninas de clausura, que siguieron existiendo gracias a la intervención del epis– copado a la hora del arreglo concordatario con la Santa Sede. Según los datos de arriba reseñados, los monasterios de clarisas ofrecían, a principios del siglo XIX, el siguiente cuadro estadístico en los territorios que luego se harían inde– pendientes: Naciones Clarisas Capuchinas Total México 11 8 19 Perú 4 5 Colombia 4 4 Chile 2 3 Bolivia 2 2 Guatemala 1 1 2 Ecuador 1 Cuba 1 Argentina 1 26 12 38 En el curso del siglo XIX todos los mo– nasterios fueron pasando por situaciones más o menos difíciles según el mayor o menor predominio de los partidos liberales. Algunos gobiernos, como los de Argentina, Chile y Perú, se limitaron a imponer ciertas restric– ciones; otros decretaron la supresión total de los conventos, por ejemplo el de Guatemala en 1829, o la desamortización total de los bienes, como el de Colombia en 1861. México mantuvo al principio una política benévola con las comunidades religiosas, hasta que en 1833 el gobierno dictó una serie de leyes sectarias, entre ellas una que tendía a facilitar la infidelidad a los compromisos de la profesión religiosa; el fracaso fue total; una sola religiosa, de las 1.847 existentes en la república, dejó el convento. La constitu– ción de 1857 declaraba ilegales los votos religiosos y decretaba la supresión de todas las comunidades, prohibiendo expresamente la vida común bajo la autoridad de un supe– rior. Las Clarisas tuvieron que dispersarse, 155
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