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Por razón precisamente de la fidelidad a la regla profesada, que prohíbe los medios fijos de vida, las comunidades de las capuchinas fueron más bien de pocas religiosas, sin sobrepasasr ordinariamente el número tipo de 33, que había sido fijado al protomonas– terio de Nápoles por la Santa Sede. Como sucedía en España, los monaste– rios de las Clarisas estaban bajo la autoridad de los superiores mayores franciscanos de la Observancia; por el contrario, las Clarisas Capuchinas dependían de la jurisdicción episcopal, y ello, no sólo porque los Capu– chinos tenían en sus constituciones tomar el cuidado de monjas, sino también por el he– cho de que en la época colonial no hubo religiosos de esta orden fuera de Venezuela, donde se dedicaban exclusivamente a las misiones entre los indios. Un índice del nivel espiritual de las co– munidades es el compromiso de la adoración perpetua eucarística, día y noche, mantenido por algunas de ellas, como la de las Descal– zas de Querétaro y la de las Capuchinas del santuario de Guadalupe. Otra prueba la ofrece el crecido número de religiosas que murieron en fama de santi– dad, de las cual es existen biografías dadas a la imprenta. No faltaron, asímismo, escritoras místi– cas notables. La más conocida es sor Francis– ca de la Concepción del Castillo y Guevara, del monasterio de Tunja, que ha sido llamada "la Santa Teresa del Nuevo Mundo"; han tenido ampl ia difusión su autobiografía y sus Afectos espirituales. Sus obras completas fue– ron publicadas en Bogotá en 1968. Las hijas de santa Clara ante la población indígena Como se ha dicho arriba, el obispo Zumárraga hubiera querido contribuir a la elevación cultural y cristiana de la mujer in– dígena mexicana mediante la implantación de amplios monasterios de monjas, bajo la jurisdicción pastoral del Obispo, "en sitio 154 -decía- que esté entre los mismos indios, no entre los españoles", donde las hijas de los principales recibieran esmerada formación. Su propuesta debió de parecer utópica a los se– ñores del Consejo de Indias, y hubo de resig– narse a dejar caer su plan. Logró en cambio, en 1540, la fundación del monasterio de las Concepcionistas franciscanas, bajo la advocación de la Purísima Concepción de la Madre de pios, de reconocida fama por su austeridad y alto nivel espiritual. Hay datos del grado en que el elemento indígena captaba el significaoo de la presen– cia de una comunidad entregada a la oración y a la penitencia en el retiro claustral. El mismo Zumárraga, al motivar su proyecto de comunidades claustrales en donde se educa– ran las jóvenes nativas, veía una cierta afini– dad entre el encierro claustral de la mujer consagrada, tal como se entendía en Europa, y el recato con que vivían las mujeres y las hijas de la clase gobernante en los varios pueblos mexicanos . Cuando Santo Toribio de Mogrovejo se lanzó a la fundación del monasterio de Santa Clara de Lima, se halló con la sorpresa del entusiasmo con que la población indígena rivalizaba con la española en aportar lo que estaba en su mano: "De los indios -escribía el Santo- se habrá juntado de limosna dos mil cabalgaduras poco más o menos, mucha limosna de plata, ropa, maíz, ganado y trigo, con tanta caridad, que yo me he quedado admirado" (3). La fundación del monasterio de San Juan de la Penitencia, en México, se debió total– mente a la iniciativa de los indios del barrio Moyotla, que querían tener entre ellos una comunidad dé monjas, y se comprometieron ellos a recoger por su cuenta limosnas para asegurar el sustento diario de las mismas. El grupo fundador fue recibido con bailes indí– genas y otras muestras de regocijo. Las reli– giosas, por su parte, correspondieron asu– miendo la instrucción de las niñas del barrio. El monasterio de Santa Clara de Querétaro fue fundado por un rico cacique indio, Don
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