BCCCAP00000000000000000001587

peruano salieron las fundadoras del de San– tiago de Chile, que fue erigido en 1727. En 1749, con religiosas de esta comunidad, fue fundada la de Buenos Aires, en Argentina. La segunda fundación americana salida del monasterio de Madrid fue la de Guatema– la, inaugurada en 1725. Por el año 1751 se llevó a cabo la construcción del grandioso edificio, cuyas ruinas constituyen el monu– mento más notable de la Antigua Guatemala. Al quedar destruida ésta por el devastador terremoto de 1773, hubo que construir otro en la Nueva Guatemala, donde la comunidad vivió hasta la supresión. El monasterio guatemalteco tuvo una fun– dación filial en el actual territorio de la repú– blica mexicana, el de Oaxaca, realizada en 1774; fue llamado el convento de "Capuchi– nas indias", por el motivo que luego veremos. Fisonomía de la comunidad clariana en América Huelga hace notar que el contexto social, económico y aun religioso en que surgió y se desenvolvió la vida de los conventos de clarisas en la América colonial era muy dife– rente del de la metrópoli. La generosidad de los fundadores y demás bienhechores favore– cía una mayor amplitud del edificio material; baste como ejemplo el convento de las Capu– chinas, pobres y austeras por lo demás, junto a la basílica de Guadalupe, con sus siete patios internos y sus tres fachadas. Numero– sos monasterios de Clarisas urbanistas, que seguían la regla de Urbano IV, disponían de cuantiosas rentas y posesiones. Por otro lado no existía el tope que en aquellos siglos ponían las bulas de fundación a los monasterios de Europa, fijando el núme– ro máximo de monjas que se ·les permitía ad– mitir según que lo consentían las respectivas rentas. Como hemos visto había monasterios con centenares de religiosas en las ciudades más importantes. Téngase presente que la vida claustral era en aquel tiempo la única opción que se ofrecía a la vocación religiosa femenina. Esto hacía que, en tales monasterios, la configuración y la dinámica interna de la comunidad fueran bastante diferentes de como aparecen perfiladas en la regla de Santa Cla– ra. Era inevitable que en ella se reflejase la realidad social externa, con las diferencias determinadas por la diversa procedencia de las vocaciones: religiosas de velo negro o de coro, que entraban con dote y cierta cultura, religiosas de velo blanco o legas, llamadas también "hermanas de obediencia"; "dona– das" o terciarias, internas o externas: al ser– vicio del monasterio. Y no faltó en algún monasterio el abuso, existente también en Europa, de religiosas de alto origen familiar, que entraban en clausura acompañadas de sus criadas personales. Era frecuente acoger en el interior del monasterio, como educandas, a niñas de cor– ta edad, a veces de situación familiar anóma– la. Con frecuencia eran orientadas a la vida religiosa y, llegada la edad canónica, hacían el noviciado y emitían la profesi ón. La ac tual comunidad del convento de San Felipe, de México, conserva un interesante retrato de niña en hábito de Capuchina: representa a sor María Francisca, entrada de edad de cinco años; a su profesión religiosa, emitida en 1691, se halló presente lo mas granado de la capital, con el virrey a la cabeza. Esto no debe, sin embargo, llevarnos a suponer en las comunidades de Clarisas un bajo nivel de observancia regular o un estado de relajación. Es cierto que algunos de los monasterios profesaban la regla de Urbano IV, qae admite rentas y posesiones, pero la mayor parte de los fundados en América observaban la regla de Santa Clara: así los de la reforma de las Descalzas (Santo Domingo, los tres de México, el de Querétaro, el de Cartagena de Indias) y por supuesto, todos los de las Capuchinas. Del impacto producido por la llegada de las primeras Capuchinas a México, en 1665, debido a su testimonio de retiro total, auste– ridad y pobreza, se hace eco el historiador de la Iglesia en México padre Mariano Cuevas. 153

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz