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juntamente con la c iudad al ser ésta sitiada y destruida el año 1600. Con los aciagos suce– sos del levantamiento de los araucanos está relacionada la fundación de Santiago, re.ali– zada con las religiosas sobrevivientes de un numeroso beaterio de terciarias existente en Osorno; una de ellas había caído en manos de los asaltantes y tocó en suerte al cacique Huanteman, sobre el cual ejerció tal influjo que logró su conversión; el cacique recibió el bautismo y se puso al servicio demandero. Las religiosas profesaron la regla de Santa Clara en Santiago en 1604. Filial de este convento fue el de Nuestra Señora de la Vic– toria en la misma ciudad, fundado en 1678. Más tarde surgió otro, que acabaría por fun– dirse con el de Santa C lara. El monasterio de Quito, en el Ecuador, fue fundado en 1595; el año 1650 la comu– nidad se componía de setenta y ocho religio– sas de velo negro, treinta legas, veinte novi– cias y numerosas niñas que "se criaban" para la vida religiosa. De Cuzco salieron, en 1639, las fÚndado– ras del monasterio de Chuquisaca o Sucre, en Bolivia; e igualmente salieron del monasterio peruano las que fundaron el segundo en Bo- 1 ivia en 1648, el de Cochabamba. A Cuba llegaron las clarisas en 1644 con la fundación del monasterio de La Habana; las fundadoras procedían del de Cartagena de Indias. Esta comunidad constaba, en 1777, de ciento catorce religiosas profesas y otras tantas terciarias de servicio. Guatemala tuvo su monasterio de clarisas el año 1700. En el Brasil no hay noticias de fundación alguna de la Orden de Santa Clara en la época colonial. Existía solamente un beaterio de tercia– rias en Bahía a mediados del siglo XVill, y un monasterio de monjas concepcionistas. Las Clarisas Capuchinas en América La reforma de las Clarisas Capuchinas tuvo origen en Nápoles el año 1535 . Se fue 152 extendiendo rápidamente por Italia y, en 1587, llegaban a España con la fundación del mo– nasterio de Granada. En 1599 se fundaba en Barcelona, del que tomarían origen casi to– dos los monasterios existentes en España, Cerdeña y América (2). México, la nación más favorecida hoy con la presencia y la vitalidad de las Capu– chinas, les abrió sus puertas el año 1665 con la llegada a la capital del virreinato de seis fundadoras procedentes del monasterio de Toledo, a instancias del Arzobispo Mateo Zaga de Bugueiro. El convento fue dedicado al mártir franciscano San Felipe de Jesús. Del monasterio de San Felipe derivarían otros cinco en el curso del siglo XVIII. E l primero fue el de Puebla, inaugurado en 1704 con la entrada de siete fundadoras llegadas de México. Siguió en 1721 la fundación de Querétaro, en 1756 la de Lagos de Moreno, Jalisco, y en 1761 la de Guadalajara. Era aspiración legítima de las Capuchi– nas, desde fines del siglo XVIII, establecerse al amparo de Nuestra señora de Guadalupe; por fin pudieron realizar ese anhelo en 1782, con el apoyo del Arzobispo Alonso Núñez de ·Haro, en virtud de cédula real de Carlos III; las nueve fundadoras procedían, como las de los conventos anteriores, del promonasterio de San Felipe. La última fundación de las Capuchinas en México, en la primera época, fue la de Salvatierra, Guanajuato, realizada en 1798 con las fundadoras llegadas del monasterio de Querétaro. Si al monasterio de Toledo cabe el honor de haber dado vida al fecundo vástago mexi– cano, al de Madrid corresponde el mérito de haber plantado dos de los nuevos que difun– dirían la Orden en otras regiones americanas. El de Lima, capital del otro virreinato, fue fundado en 1713 por iniciativa de un sodalicio de piadosas damas; las cinco funda– doras emplearon tres años en hacer su viaje de Madrid a Lima, por la vía de Buenos Aires y Santiago de Chile. Del monasterio
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