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la fuerza con la que el hermano Max Dravet me hablaba de la necesidad de estos contem– plativos seglares en la ciudad de hoy, en el movimiento sindical y en la universidad. "Inseparable de este estilo de contempla– ción es aquella norma de ir del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio". "Cristo pobre y crucificado, vencedor de la muerte y resucitado,... es el libro en el que los hermanos aprenden el porqué y el cómo vivir, amar y sufrir. En él descubren el valor de las contradicciones por causa de la justicia y el sentido de las dificultades y de las cruces de la vida diaria" (art. 10). La Regla y las Constituciones no señalan particulares prácticas de piedad. El art. 14 re– cuerda que "La Eucaristía es el centro de la vida de la Fraternidad"; que los seglares deben participar "en los sacramentos de la Iglesia, atentos no sólo a la santificación personal, sino también a servir al crecimiento de la Igle– sia y a la extensión del Reino". Da la preferen– cia, entre las formas de unirse a la oración de la Iglesia, a la celebración de la Liturgia de las Horas. Finalmente el art. 14, 5 reza: "En todo lugar y tiempo es posible a los verdaderos ado– radores del Padre darle culto y orar; sin embargo, los hermanos se esfuercen en tener momentos de silencio y de recogimiento, para dedicarse exclusivamente a la oración". Lugar privilegiado para vivir la presencia del Padre y orar es el santuario de la familia (art. 24). Esta fuerte exigencia en cuanto a la ora– ción y a la unión con Cristo y, al mismo tiem– po, la amplitud y libertad que se da en cuanto a las prácticas concretas dejan a cada herma– no y a cada fraternidad la responsabilidad de formarse su propio programa. Estos artículos referentes a la oración son inseparables de los demás artículos referentes a la vida de peniten– cia y al seguimiento de Cristo a que ya nos hemos referido en un trabajo anterior. Un tesoro de cosas nuevas y cosas viejas Paradójicamente la mayor novedad en to– do esto es una vuelta a los orígenes del movi– miento penitencial frahciscano y, al mismo 46 tiempo, una fuerte llamada a que los seglares franciscanos tomen conciencia viva de su pro– pia gracia, de la vocación a vivir hoy, en el si– glo, el carisma de Francisco de Asís, hombre evangélico y hombre del pueblo. La clave es un renovado esfuerzo en la for– mación activa en la fraternidad y una inteli– gente actualización en el contenido y en el mé– todo de las reuniones de la Fraternidad. Por lo que toca a la secularidad las "Constituciones" contemplan en el tiempo de la formación ini– cial "experiencias concretas de servicio y de apostolado" y piden que los "seglares se ejerci– ten en vivir con estilo evangélico su compro– miso en lo temporal" (art. 40). Al tratar de la formación permanente añaden que se haga re– flexionar a la luz de la fe "sobre los aconteci– mientos que acaecen en la Iglesia y en la socie– dad y tomar posiciones y decisiones coheren– tes con la condición de seglares franciscanos" (art. 44). El diálogo en fraternidad y la intercomu– nicación ayudarán a redescubrir la vocación y a iluminar el camino. Ayudarán asimismo a encontrar nuevas formulaciones y terminología para temas como el ingreso y primera formación, los períodos de gobierno para que pueda ser elegido un mi– nistro y las medidas que deben tomarse cuan– do un hermano o un responsable no cumplen con su deber. Actualmente, aunque el conteni– do de las Constituciones va muy bien a una asociación secular, algunas expresiones pare– cen copia del discurso conventual; así, al me– nos, lo perciben algunos seglares especialmen– te celosos de su secularidad. Formación y capacidad creadora son tam– bién un desafío para los asistentes espirituales. No falta doctrina, aunque haya que profundi– zar todavía en ella, pero es en la práctica, en el diario caminar con los seglares, donde se exige una diáfana toma de conciencia de las gracias y dones propios de la vocación seglar, de las virtudes propias de la vida de familia, del valor santificador del ejercicio de la profesión civil, del servicio al Reino y del ejercicio de la cari– dad en la vida pública y de la íntima unión con Cristo que puede vivir quien permanece vocacionalmente en el siglo.

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