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LA EXPRESION SECULAR DEL CARISMA FRANCISCANO Jaime Zudaire, ofm, cap. Los signos de los tiempos No están tan lejanos los días en que para muchos miembros de las varias "terceras órde– nes" era un título de honor y un distintivo espi– ritual el ser "religiosos" en el mundo. Presen– tando a los seglares franciscanos de la ciudad de México la nueva Regla de la Orden Fran– ciscana Seglar, poco tiempo después de que ésta hubiese sido aprobada por Pablo VI, un hermano, culto y bien instruido en temas re– ferentes a la "Tercera Orden", puso esta apos– tilla a mi charla: "nos han quitado lo mejor que teníamos: ser religiosos permaneciendo en el mundo". Y podía citar en favor de su opi– nión la autoridad de comisarios de la Tercera Orden, que habían propugnado esta tesis, subrayando que había que tomar los términos "religioso" y "noviciado" en sentido analógico. Daba la impresión que identificaban la vo– cación a la santidad y el trabajo apostólico asociado con la vida religiosa y formas de vida asimiladas a ella. En el otro extremo, algún año antes, her– manos de Francia y España nie habían hecho presente, con no menor pasión, la importancia que para ellos revestía el que desapareciesen de la Regla y de las posteriores Constituciones de la OFS todas las expresiones que eran de sabor monástico, como profesión y noviciado. Querían que quedase bien afirmada la identi– dad y el lugar del seglar en la Familia Francis– cana. Esta aspiración no era nueva. En cierto modo enlazaba con los orígenes mismos del movimiento penitencial franciscano en el siglo XIII. Cuando Francisco comenzó su "camino penitencial", el movimiento laical de los dos siglos precedentes había ya obtenido algunos logros importantes en orden a vivir el evange– lio sin ser clérigos ni monjes y sin dejar el siglo. Podemos recordar algunos momentos significativos: la experiencia luminosa de los "Humillados" de Lombardía con su programa de oración, vida de familia y trabajo artesanal, cuya retribución era en parte destinada a los pobres; la decisión del papa Alejandro III de reconocer como estado de perfección el de los caballeros que, estando unidos en matrimo– nio, vivían bajo la obediencia en una orden militar, la de Santiago; la canonización de san Homobono, comerciante en telas de Cremona, a despecho de textos venerables como el De– creto de Graciano que definía casi imposible en un comerciante "la vida piadosa", propia y casi exclusiva de los que vivían retirados en el mundo. El movimiento penitencial franciscano, que al fin del siglo XIII se denominará Tercera Orden de san Francisco, contribuyó en forma decisiva a promover la vocación a la vida evangélica en el siglo y a reconocer el papel de los laicos y de las asociaciones de fieles en la Iglesia!. Transcribimos unas palabras del il_us– tre franciscano protestante Paul Sabaher: "Francisco pertenecía al pueblo... y el pueblo se reconoció en él. Hay en el mundo una mul– titud de almas capaces de cualquier heroísmo, con tal que puedan tener al frente alguien que las dirija. Francisco fue este guía esperado y lo mejor de la humanidad de entonces lo siguió decididamente" 2. Al menos indirectamente, este movimien– to enseñó a ver con una nueva óptica los valo– res seculares, el matrimonio, el trabajo retri– buido, las profesiones civiles, la presencia acti– va en la vida pública. No había llegado, sin embargo, el tiempo de la plena claridad acerca de la fisonomía propia de las fraternidades in– tegradas por seglares. Las fraternidades de la Tercera Orden gozaban de algunos privilegios propios de las personas eclesiásticas y preten– dían otro más. Existían bajo la misma regla aprobada por Nicolás IV fraternidades de clé– rigos y fraternidades integradas únicamente por laicos. Hermanos Menores proyectaban en la Orden Tercera su propia vida y organiza– ción sin mucha sensibilidad para lo específi- 41

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