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cientes de la trascendencia del aserto, en el apartado de los responsables de la formación, después de citar al Espíritu Santo, a los mis– mos formandos, a la fraternidad provincial y a los superiores, a los formadores cualifica– dos, etc., en el n. 82, en vez de colocar a los pobres, como estaba en la redacción provisio– nal ya aprobada, se limitó a mencionar a la iglesia local, a la familia y a la religiosidad po– pular. Al preguntársele al relator públicamen– te por qué suprimió la palabra "pobres", se limitó a responder que el equipo redactor pensó que quedaban suficientemente incluidos en la "iglesia local". No nos satisfizo la expli– cación, pero en la votación final ya no era posible introducir modificaciones y así se omitió explícitamente lo que iba implícito a lo largo del documento. Tratando el tema de la inculturación, se habló de "subculturas", como la de los po– bres (29). La expresión puede parecer deni– grante, pero lo que queríamos expresar era que la verdadera inculturación no puede que– darse en las capas superiores, sino que tiene que llegar de verdad a la cultura de los pobres, muy distinta a la de las clases pudientes. Si yo quiero inculturarme en Venezuela, tengo que llegar a la cultura de los venezolanos po– bres, porque la de los venezolanos ricos se identifica con la de los ricos de todo el mun– do. Lo inconfundible de una cultura se da en la cultura de los pobres. Es lo que hoy, con un lenguaje más depurado, señalamos como cul– tura dominada frente a la cultura dominante. Por eso, si la formación no puede sepa– rarse de la vida, nuestra formación capuchi– na debe ser una vida fraterna "vivida con el pueblo y para el pueblo, con los pobres y para los pobres" (18) ; "reafirmamos nuestro com– promiso de evangelizar a los pobres con una inserción efectiva en medio del pueblo" (36, d); debemos participar "en la vida de los po– bres en encuentro con los modernos leprosos, es decir, los marginados y desheredados" (42); desde el mismo noviciado debe darse una "participación real en la vida de los pobres" (64) . Sólo en plan anecdótico, constato una po– sible divergencia entre Mattli y Roma. En Mattli se escribió que el hermano menor " no se presenta ni como superior ni como inferior, sino como hermano" (18). Pero el sujeto de todo el párrafo es el "hermano menor", no simplemente el hermano. Parece una contra– dicción "in terminis". En el IV CPO de Roma se escribió: "Queremos colocarnos como her- manos menores en el último puesto de la so– ciedad" (36, c). Quizás la contradicción sea sólo aparente, pero no deja de impresionar. Sigamos. Donde el pensamiento sobre la pobreza viene mejor sistematizado es en los apartados de la fraternidad pobre y minorítica, inserta en el pueblo. La realidad nos ofrece una dato innega– ble: "la pobreza, la injusticia y el hambre re– claman un testimonio de pobreza evangélica" (43). La respuesta de la Iglesia es considerarse "Iglesia de los pobres" al servicio de los mar– ginados (43). La definición de la pobreza presenta dos vertientes: la antropológica y la cristológica. En cuanto antropológica, la pobreza debe entenderse como amor y solidaridad con los otros (44). Ello implicaría la abnegación pro– pia y nuestra presencia entre los humildes (44) . En cuanto cristológica, la pobreza consis– te en conformarse con Cristo que ha venido para servir. Esto comporta la contemplación de Cristo pobre y crucificado (44). Como característica de esta pobreza se menciona la inseguridad material (44), como lo señalaba Quito (54). Un detalle novedoso del Consejo de Roma es apuntar a que nuestra pobreza también implica "la renuncia al po– der" , además de la renuncia a los bienes mate– riales (43). Se constata tristemente: "A veces trabajamos más bien en favor de los pobres, pero no vivimos como pobres ni con los po– bres" (43) . Aquí se vuelve a retomar la idea de que los pobres son agentes de formación capuchi– na, cuando se constata: "Durante la forma– ción inicial puede ser útil para el joven tener un contacto real con la gente necesitada y po– bre, a fin de aprender más concretamente a ser y vivir pobre. Y esto en el Espíritu de san Francisco, que se puso al servicio de los le– prosos" (45). Finalmente, se nos invita a ser creativos buscando "nuevas formas significativas de in– serción: mundo obrero, marginados, pequeñas fraternidades. .. Ciertamente, todavía queda mucho camino por andar" (46) . Resumiendo, podemos decir que Roma radicalizó la espiritualidad del pobre, plan– teando su exigencia desde la misma forma– ción. A ser pobre no se aprende en los libros, sino viviendo con los pobres. Si olvidamos a los pobres, nunca lograremos ser hermanos menores según el Evangelio. 131

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