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tos a morir. Este itinerario hacia la pobreza comienza por la presencia entre los pobres, · real inserción (11) en barrios, entre los cam– pesinos o en el mundo indígena. Esta inser– ción hace visible nuestra pobreza y de este modo nos hacemos creíbles. Así participamos de la kénosis de Jesucristo. El pensamiento del I CPO es plenamen– te válido para elaborar una espiritualidad de la pobreza, aunque no nos dé una doctrina completa. Son las primeras exigencias de una pobreza real y encarnada, tratando de superar una pobreza platónica, pura ideología que no nos llevaría a ninguna parte. La pobreza que no hace referencia a los pobres es un callejón sin salida, deshumanizadora. TAIZE (marzo 1973) ·El II CPO reflexionó sobre el tema de la oración, en Taizé, foco de irradiación ecumé– nica de espiritualidad. La tónica de este 11 CPO es similar al primero: una serie de exhor– taciones a la vida de oración, dando por su– puesta su necesidad. No hay una elaboración teológica, un nervio central que dé consisten– cia al documento. Cuando se comienza con la situación ac– tual, se parte de la oración en sí misma, co– mo un absoluto, en vez de ver cómo de la si– tuación personal y social puede brotar una oración cristiana. Se constata la preocupa– ción porque la oración no se aliene de la reali– dad humana (4, d), y sin embargo uno tiene la impresión de que el discurso sobre la ora– ción en el II CPO está elaborado muy ideal– mente, y no a partir de la cruda realidad que se tiene que vivir. La oración, con relación a los pobres, vie– ne citada únicamente dos veces. Una en el prólogo, en el que se afirma, sin demostración alguna, que sin oración no podemos ser ver– daderos pobres (2) . Obviamente no se está aludiendo a la mayoría de la humanidad que se encuentra en extrema pobreza y no pre– cisamente por hacer oración. El punto de re– ferencia es la pobreza de espíritu, lo mismo que en el I CPO. Para nosotros, capuchinos, este punto de vista es válido y debe ser retenido, si bien se necesitaría una fundamentación bíblica. La otra referencia a la pobreza se encuen– tra en el n. 14: "Somos verdaderamente me– nores cuando vivimos en la pobreza... con Cristo pobre y crucificado, juntamente con los pobres". 128 En estas líneas están los mismos conte– nidos que vimos en el I CPO: presencia en– tre los pobres, visibilidad y motivación cris– tológica. Sin embargo, el párrafo siguiente, en su brevedad, es una buena síntesis de lo que debe ser una oración encarnada: "Nuestra oración debe ser ante el Señor el grito de los pobres, con quienes hemos de condividir su situación" (14). Cuando se convive con los pobres -ése era el punto de partida en la pobreza según Quito- no se puede menos de sufrir con ellos. Entonces brota la oración como el lamento de los oprimidos. La oración así es definida como "el grito de los pobres". Este sólo número constituye un aporte valioso para la espiritualidad del pobre. Será necesario profundizar el significado de este "grito de los pobres" y comprobar hasta qué punto nuestra oración es tal grito de los po– bres. MAITU (septiembre 1978) El III CPO señala un salto cualitativo en la trayectoria de los Consejos Plenarios. Se trata de una sólida colaboración teológica, quizá la más profunda de los cinco CPO ce– lebrados hasta ahora. En cuanto a la espiritualidad del pobre, podríamos decir que todo el documento desa– rrolla este tema puesto que, según el I CPO, una presencia que nos hace pobres es la pre– sencia entre indígenas (cf I CPO, 6). Sin embargo, el nuevo concepto de misio– nero que propugna Mattli sobrepasa las con– notaciones territoriales para aplicarse al que anuncia la Buena Nueva a todo hombre ne– cesitado de la fe (5 y 35). De ser así, no ne– cesariamente se identifica pobre y misionero. De todos modos el gran avance de Mattli sobre Quito y Taizé está en la relación que el capuchino pobre establece con el mundo de los pobres. Esto es, no sólo se habla de pobreza espiritual sino también de la material. Se habla de la opción preferencial de evange– lizar a los pobres (13). Pero la evangelización no incluye sólo la salvación espiritual, sino que requiere también la promoción y desarro– llo de todo el hombre y de todo hombre (7 y 8). "El esfuerzo por liberarse de la miseria no es extraño a la evangelización" (21). A la presencia entre los pobres que nos pedía Quito, se añade ahora la razón de esa presencia: "Optemos por vivir al servicio de

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