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los campos. Con mayor razón se debe consi– derar como auténtica presencia franciscana entre los pobres la vida de nuestros misione– ros entre los indígenas" (6). En esta cita se alude a tres lugares de presencia: barrios, campesinos, indígenas. . Más adelante vuelve a señalar como prin– cipal manifestación de nuestra misión "la pre– sencia entre los pobres como expresión de mi– noridad (9, b). Y pide Quito que se adapte la estructura de las fraternidades en orden a "nuestra presencia entre los pobres y con los pobres" (31). Este es un dato firme en el documento de Quito: hay que hacerse presentes entre los pobres. No entra a analizar qué tipo de pre– sencia, ni se pregunta por qué hemos de ser pobres. Eso se da por supuesto. Los capuchi– nos debemos ser pobres, y se afirma que "la pobreza es nuestro carisma especial" (47) y "camino especial de salvación" (48, b). Se sugiere que hay que "ir realizando una más profunda reflexión sobre nuestra pobre– za" (35) pero por ahora hay que comenzar a estar presentes entre los pobres. Lo demás vendrá por sus propios pasos. 2. Señales de verdadera pobreza Ya estamos presentes entre los pobres. ¿Ahora qué? La segunda afirmación básica de Quito, después de la presencia, es la visi– bilidad. "No cabe auténtica y verdadera reno– vación si la pobreza tanto individual como colectiva no es visible inmediatamente" (47) . Emerge la fuerza profética de Quito al añadir: debe ser tan explícita "que no necesite de ex– plicaciones ni dé lugar a subterfugios" (47). Sería subterfugio decir: "yo soy pobre en el fondo del corazón, no estoy apegado a los bienes que poseo", etc. No. Que nuestra po– breza se vea y se palpe, que sea evidente por sí misma, y no por sutiles argumentos que a nadie convencen. Pasa después a enumerar las señales que harían visible la pobreza: el trabajo (49, a), utilización de los propios talentos (49, b), tra– bajo al servicio del bien común (49, c); el ser– vicio doméstico (49, d), poner en común lo que se gana (50). Estas son señales personales. Las de testimonio común serían: excitar la sensibilidad y responsabilidad en el tema (51); considerar nuestros bienes como bienes de la comunidad eclesial (52); desprendernos de casas, campos y huertos no necesarios (53), incluso repartir los bienes necesarios (48, b), renunciar a la propiedad de casas y terrenos (54) y a recibir algo que no pueda ser desti– nado a los pobres (55), así como a los san– tuarios que suelen ser lugares de acopio de dinero (58) y a construir obras monumenta– les (59); poder destinar un tanto por ciento de los ingresos en beneficio de los pobres (61, c). Todo esto va ordenado a hacer de nues– tra pobreza una realidad visible. 3. Definición de la pobreza Después de establecer la necesidad de nuestra presencia entre los pobres, y afirmar lo imprescindible de una pobreza visible, el documento de Quito puede dar una defini– ción de la pobreza. . Frente a mentalidades legalistas, se co– mienza por establecer que "la mera observan– cia de todas las normas... no hace a los her– manos verdaderamente pobres" (46). Hay que poner corazón, iniciativa y creatividad para lo– grar ser pobres. No es fácil ser pobres desde una situación de no pobreza. Otra observación importante es la con– dición antropológica de la pobreza. Esta "afec– ta más a las personas que a las cosas" (46). No basta con carecer de bienes, hay que estar en una disposición espiritual. Aquí está la cla– ve para interpretar la pobreza de que habla Quito_. Se trata de la pobreza de espíritu, que menc10na Mateo (Mt 5, 3), no de la pobreza del mundo de los pobres. Es la espiritualidad de quienes hacen una opción por los pobres. El marco de referencia en el que se mueve el primer CPO no es la constatación de un mundo de pobreza material. Esto se da por supuesto. Lo que se aborda no es la elimina– ción de este mundo de miserables, sino más bien cómo los capuchinos nos podemos hacer pobres. Estamos de lleno en la: espiritualidad de la pobreza voluntaria. _Superada la concepción legalista y esta– blecido el carácter antropológico, la definición se sitúa en una visión cristológica: "Conside– ramos la pobreza, en cuanto virtud evangé– lica y franciscana, como participación en la condición kenótica de Cristo" (46). Con esta concepción estamos en una línea de descenso de abajamiento, como presenta Pablo a Crist¿ en la carta a los filipenses (Flp 2, 6-8). El CPO de Quito nos exhorta a todos los capuchinos, siguiendo a Cristo, a anonadar– nos, hacernos uno de tantos, y estar dispues- 127

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