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Ricos y pobres son una realidad dialéc– tica. "Ricos cada vez más ricos a costa de po– bres cada vez más pobres" (Juan Pablo 11). Ri– cos que banquetean, pobres que no alcanzan las migajas (Le 16, 19-21). Hoy en América Latina hay cerca de mil millones de personas sin alojamiento digno, y cien millones viven literalmente sin techo. En Lima, de los seis mi– llones que tiene la ciudad, tres millones viven en chabolas. En toda Latinoamérica más de veinte millones de personas duermen en la calle. Mil millones de personas, o sea, una quin– ta parte de la humanidad, viven subalimenta– das de forma crónica. A cambio se gastan anualmente mil millones de dólares en arma– mento bélico. A esto añádase la deuda externa, que co– mo losa de piedra, impide crecer a nuestros pueblos. Y la corrupción administrativa de muchos gobernantes y dirigentes, la fuga de capitales... Sin entrar en todos los detalles, basta una mirada superficial a las estructuras sociales: las autopistas ultramodernas y las carreteras intransitables; las favelas de los pobres, y las quintas de los millonarios; las escuelas de la periferia, y los colegios para los hijos de las clases altas; los hospitales populares, que ca– recen hasta de algodón, y las clínicas particu– lares, etc. Los suburbios, corona de espinas de nues– tras grandes ciudades, deben ser un escrúpulo para nuestra conciencia. La huida del campo a la ciudad es una de las tendencias demográ– ficas más notables de nuestro tiempo. Los ha– bitantes urbanos, entre 1950 y 1990, pasaron de seiscientos millones a más de dos mil mi– llones. De seguirse este proceso, para el año 2000 la mitad de la humanidad habitará en las grandes ciudades, con las consecuencias inevitables de hacinamiento y falta de servi– cios elementales. El mundo se convertirá, con perdón, en una pocilga. Ante este panorama desolador, la pregun– ta pertinente es: ¿Dónde nos encontramos los religiosos? ¿Dónde estamos los francisca– nos? La tentación es la respuesta hipócrita del Capitalismo: "La culpa la tienen ellos. Que trabajen como nosotros. Que no malgasten su dinero.. Que ahorren" ( cf Carlos Bazarra, América Latina. Situación social y respuesta eclesial, en Cuadernos Franciscanos, n. 73 (1986) 280-287). 24 O pensar que estos problemas son de ín– dole puramente sociológica y que no tienen nada que ver con el Evangelio. Gritaba Pablo VI: "La Iglesia tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos; el deber de ayudar a que nazca la liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangeli– zación" (EN 30). El carisma de Francisco fue precisamente la altísima pobreza. Se avergonzaba cuando encontraba a otro más pobre que él, y en una ocasión comentó con su compañero: "Gran vergüenza debe causarnos la indigencia de este pobre. Nosotros hemos escogido la po– breza como nuestra más preciada riqueza, y he aquí que en éste resplandece más que en nosotros" (LM VII, 6). C.2 La situación mundial de las grandes ma- yorías empobrecidas no puede menos de exigirnos, como praxis, un compromiso de in– serción y solidaridad. Insertarnos en los me– dios pobres, no como líderes que asumen la dirección del pueblo, sino como acompañan– tes que participan de su fe, de su religión, de sus valores. Ver a los pobres con los ojos de los pobres, no con los ojos de los ricos. Los pobres se ven a sí mismos como humanos y hermanos. Formar con ellos comunidades de base, y no aislarnos en nuestros conventos como castillos feudales. Es necesario vivir nuestra minoridad, nuestra sencillez, en es– trecha relación de fe y de vida. En esta óptica, como mística, más que evidente resulta la espiritualidad de la pobre– za, no como una virtud intimista que deriva fácilmente al egoísmo y estrechez de espíritu, a no querer comprometerse con nadie por co– modidad, sino como solidaridad con los po– bres, que nos lleve a compartir y convivir con ellos. No una actitud asistencialista sino li– beradora, dejando que ellos sean sujetos de su historia. La opción por los pobres es la con- creción del voto de pobreza. De estos presupuestos se sigue, como Teo– logía, la coherencia de la Teología de la Libe– ración. Es la teología propia de Latinoamé– rica y, me atrevería a decir, propia del fran– ciscanismo. Es una teología que brota de la compasión ante la miseria de tantos herma– nos, como la liberación de Egipto brotó de la compasión de Yahveh ante el clamor de los oprimidos. Es una teología que intenta pro– fundizar en el misterio de la misericordia di– vina, "intellectus amoris", cuadrando perfec– tamente con el carácter afectivo y cordial de

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