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Es tarea humana superar la hostilidad am– biental. No es ajeno al Evangelio trabajar por la armonía y limpieza del agua y del aire, de la tierra, la vegetación, el equilibrio de las es– pecies, y todo ello constituye una caracterís– tica de los tiempos mesiánicos: "Serán veci– nos el lobo y el cordero, el leopardo se echa– rá con el cabrito, el novillo y el cachorro pa– cerán juntos y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién des– tetado meterá la mano" (Is 11, 6°8). Así lo vivió Francisco, quien no sólo se atrevió a dar el nombre de "hermano" a todas las criaturas, sino que además vivió realmente esa hermandad cósmica. ¿pero qué está ocurriendo en la actuali– dad? Malinterpretando el mandato de los orí– genes: "sometan la tierra" (Gén 1, 28), el hom– bre se ha creído con el derecho del abuso. Las descripciones que hacen los científicos dan escalofríos. La acumulación de los gases industriales provoca la lluvia ácida que junto con los ve– nenos químicos, hace morir los mares y los peces. La desaparición de los bosques, tala e incendios, aumenta la erosión del suelo: inun– daciones, aludes, desprendimientos de tierra... Cada año se reduce la selva tropical en unos 10 millones de hectáreas. Avanzan los proce– sos de saharización, el invierno nuclear, los agujeros de ozono causados por el ácido fluor– clorurocarbónico. No sabemos qué hacer con los desechos radiactivos. Dejándonos llevar de estas prácticas abusivas, el futuro no tiene futuro. El hombre no actúa como un ser do– tado de razón, sino como un animal. Se está autodestruyendo. A.2 ¿Por dónde tiene que ir la respuesta fran - ciscana y eclesial? Desgraciadamente he– mos combatido más los pecados individuales que los pecados contra el consumismo exce– sivo y contra la creación. Como praxis, hay que comenzar a formar grupos o a potenciar los ya existentes en fa– vor de la ecología: ahorrar energía, utilizar menos los vehículos, caminar más, reducir la cantidad de desperdicios. No es sencillo vivir sencillamente. Que estos grupos presionen a los políti– cos. Exigirles fuentes alternativas de energía derivadas del sol y del viento; postular la re– tirada de toda fuerza nuclear. La economía y la política deben ser ecológicamente sanas. 22 Como mística, debe jugar papel predomi– nante la espiritualidad de la castidad francis– cana, que no es desprecio de lo creado, sino amor y respeto. "Para los limpios, todo es lim– pio; mas para los contaminados nada hay lim– pio" (Tit 1, 15). Que nuestra castidad no sea hipocresía, sino transparencia y verdad, reali– zadora de limpieza como gesto connatural de nuestro vivir. Los calificativos que Francisco da a la hermana agua reflejan esta visión eco– lógicamente pura: "la cual es muy útil, y hu– milde, y preciosa, y casta" (Cánt) : Finalmente a nivel teórico, como teología, se impone una revalorización de la Teología de la creación. Vivir como creaturas, acep– tando la autonomía de lo creado sin munda– nizar a Dios; manteniendo un a-teísmo obje– tivo pero a la vez en responsabilidad ante Dios. Esta respuesta está aludiendo a una rela– ción personal con Dios y a una mística espi– ritual en Dios. Supondría una reelaboración del bonaventuriano "itinerarium mentis in Deum". Nos sentiremos no depredadores, sino ca-creadores con Dios. El mundo es parte de nuestra vida. Los franciscanos debemos ser profetas de la naturaleza, defensores de la humanización del cosmos, de la armonía de la creación y de la sana calidad de vida. B. El mundo indígena B.1 América no es únicamente el mapa polí- tico de nuestros atlas geográficos. Eso es sólo epidermis. Detrás y debajo de Chile, de Brasil, Perú, Venezuela, México... están los pueblos indígenas: mapuches, aymaras, xavan– tes, pemones, mayas, kunas.. . Estas etnias tienen derecho a ser ellas mismas. Dios quiere la vida y la identidad de cuanto ha creado: quiere que la flor sea flor, que el hombre sea hombre y no ángel. Con- cretando, que el mapuche sea mapuche, y el pemón no deje de ser pemón. No se trata sólo del principio de identidad, estático e inmo– vilista, sino que incluye la dinámica de un proceso hacia la plenitud. Estos pueblos están siendo ignorados y, lo que es peor, rebajados a la condición de ciudadanos de tercera categoría, marginados y en trámites de pérdida de identidad. En América Latina el problema se viene agra– vando desde la conquista, con la connivencia de parte de la Iglesia. La práctica misionera hasta hace muy poco ha venido considerando diabólico todo lo diferente y distinto de lo es-
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