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concreto. El sacerdocio es don de Dios y de– bemos saber agradecerlo. Pero pretender que los sacerdotes lo sean todo en el pueblo de Dios es un lastre que se ha ido acumulando a lo largo del tiempo. El sacerdocio del Antiguo Testamento fue anulado por Cristo como in– eficaz. Lo afirma la carta a los Hebreos: "Que– da abrogada la ordenación precedente, porra– zón de su ineficacia e inutilidad, ya que la Ley no llevó nada a la perfección" (Heb 7, 18-19). "Todo ello es una figura del tiempo presente, en cuanto que allí se ofrecen dones y sacrificios incapaces de perfeccionar en su conciencia al adorador, y sólo son prescrip– ciones carnales, que versan sobre comidas y bebidas, y abluciones de todo género, impues– tas hasta el tiempo de la reforma" (Heb 9, 9-10). En cambio el sacerdocio de Cristo se fun– damenta en la solidaridad y en la hermandad. "Por eso no se avergüenza de llamarles her– manos" (Heb 2, 11). "Tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericor– dioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pue– blo. Pues habiendo sido probado en el sufri– miento, puede ayudar a los que se ven proba– dos" (Heb 2, 17-18). En modo alguno rechazamos el sacerdo– cio, pero reclamamos para los que son llama– dos a este ministerio, el estilo del hermano, no del dominador ni de constituir clase apar– te. El primado lo tiene la vida fraterna. E.2 La praxis franciscana para el futuro de- berá ir por las líneas de la intercongrega– cionalidad y de la desclericalización, en el sentido explicado, como notas prevalentes pe– ro no excluyentes. El gesto de Francisco de Asís de no aceptar el sacerdocio tiene que sig– nificar algo para nosotros. La mística ha de ser la espiritualidad de minoridad y servicio. Esto lo vio claro nues– tro fundador cuando respondió al Ostiense: "Mis hermanos se llaman menores precisa– mente para que no aspiren a hacerse mayo– res. La vocación les enseña a estar en el llano y a seguir las huellas de la humildad de Cristo para tener al fin lugar más elevado que otros en el premio de los santos. Si queréis que den fruto en la Iglesia de Dios, tenedlos y conser– vadlos en el estado de su vocación y traed al llano aun a los que no quieren. Pido, pues, Pa– dre, que no les permitas de ningún modo as– cender a prelacías, para que no sean más so– berbios cuanto más pobres son y se insolen– ten contra los demás" (2C 148). Y como síntesis, una Teología que sea res– paldo y fundamento, la Teología de la cruz y resurrección, Teología de la Pascua escatoló– gica. Para el cristiano, el amor es siempre un amor crucificado. "iDios me libre de gloriar– me si no es en la cruz de nuestro Señor Jesu– cristo, por la cual el mundo es para mí un cru– cificado y yo un crucificado para el mundo!" (Gál 6, 14). Francisco resumía todas las Es– crituras en una frase: "Conozco a Cristo, po– bre y crucificado" (2C 105). La cruz es el camino de la resurrección. Celano narra emocionado la intimidad de Francisco con Cristo: "Porque con ardoroso amor llevaba siempre en su corazón a Jesu– cristo, y éste, crucificado, fue señalado glorio– sísimamente sobre todos con el sello de Cris– to; con mirada extática le contemplaba sen– tado, en gloria indecible e incomprensible, a la derecha del Padre" (lC 115). La cruz y resurrección son anverso y re– verso. No es posible la resurrección sin pa– sar por la muerte. Pero el problema estriba en que jamás ninguna Orden ni Institución acep– tarán en absoluto su sino. Por eso los profetas son desechados como herejes o locos. La tra– gedia de la utopía es la tragedia de la cruz. He aquí el sentido de la itinerancia y pe– regrinaje del hombre en la tierra. "Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte cor– poral... Bienaventurados a quienes encuentre en tu santísima voluntad, pues la muerte se– gunda no les hará mal" (Cánt). CONCLUSION Hemos ido viendo, en los pasos anterio– res, diversas denominaciones de Teología que deberíamos propiciar. Quiero insistir en que no se trata de diferentes teologías, sino de una sola teología, narrativa e histórica, que va señalando el itinerario franciscano: La Teología de la Creación, que nos da la buena noticia de que Dios nos amó primero (1 Jn 4, 19). El encuentro con el mundo indígena sus– cita la Teología de la Encarnación: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único" (1 Jn 4, 9). La situación de injusticia en el mundo reclama la Teología de la Liberación, libera– ción de las causas generadoras del empobre– cimiento de las mayorías: "Si alguno que po- 27
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