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"IR'' ENTRE LOS SARRACENOS Hace tan sólo algunos meses teníamos la sensacwn de estar iniciando un tiempo nuevo, una primavera de la historia, "tato orbe compossito", superada la guerra fria y la división del mundo en dos bloques irreductibles. Tampoco era para hacerse demasiadas ilusiones, al menos desde la óptica de los países del Tercer Mundo, ya que el estrepitoso fracaso del "socialismo real" había introducido en la organización mundial nuevos elementos de distorsión que, previsiblemente, iban a afectar seriamente el equilibrio económico de los países del Sur, ya tan deteriorado a causa de la deuda externa. El desafío era, y lo seguirá siendo todavía más después de la Guerra del Golfo Pérsico, tan inesperada como absurda, crear las condiciones de vida indispensables, posibles dentro de un capitalismo no salvaje, para que la riqueza no se acumule en un puñado de países prósperos cada vez más prósperos a costa del resto cada vez más pobres. El "orden nuevo" que se viene publicitando ahora desde los medios de comuni– cación sólo será posible en la medida que se reduzcan sustancialmente las dife– rencias existentes entre países ricos y países pobres, partiendo de una nueva com– prensión de la realidad mundial como una tarea global, y seguramente del replan– teo de las organizaciones internacionales como instancias reales de cooperación y superación de los conflictos a nivel continental y mundial. Pero, de pronto, y ésta es una de las paradojas de una civilización de la que, por muchos motivos podemos estar orgullosos, la Edad Media irrumpió en nuestra historia; y casi tenemos la sensación de haber vuelto a los tiempos de las Cruzadas, cuando el Occidente cristiano llamaba a combatir al "infiel" al grito de "Dios lo quiere", y las huestes musulmanas hacían lo mismo. El Dios al que ahora apelan unos y otros no es otro que el Dios de Abraham, a quien todos reconocen, incluido el pueblo judío, naturalmente, como su padre en la fe. Y ya no se trata de recuperar el Santo Sepulcro, sino los ricos yacimientos subterráneos de Kuwait, y más allá, de los intereses económicos y políticos en juego, o, en el fondo, la hegemonía del mundo. Las voces de protesta contra una guerra, perfectamente definida una vez más como "la política por otros medios", son numerosas, siempre aisladas y escasa– mente publicitadas, y por lo demás bastante débiles; pero, en todo caso, existe una conciencia cada vez más generalizada sobre la necesidad de preservar la paz, el equilibrio ecológico y el diálogo a nivel mundial para enfrentar con eficacia los grandes desafíos del futuro inmediato. Lo que urge, al parecer ahora más que nunca, es superar las ideologías y el fundamentalismo en boga tanto en uno como en otro bando, acrecentados por el neoconservadurismo y el liberalismo reforzados y triunfantes, y por la necesidad de justificar tantas situaciones injustificables. ¿No es cierto que muchos, incluso profesionales de la religión, a favor de determinados condicionamientos ideoló– gicos, difíciles de superar ciertamente, como de un pensamiento acrítico, y, por otro lado, del continuo bombardeo de los medios de comunicación social, nos 1

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