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faz de la tierra con su aliento", "trazar fronte– ras en las aguas". De la misma manera, sólo un niño puede contemplar al Padre alimen– tando a los gorriones, vistiendo a las margari– tas, regando con la lluvia o fecundando con el sol los campos de los justos y de los injustos. Para tanta maravilla, una sola condición: hacerse como niños. Pero ya lo hemos dicho: fácilmente podemos perder al "niño", y es ésa una pérdida irreparable. Los conocimientos científicos, y otros sobreañadidos, pueden ex– tinguirnos el candor para contemplar cómo Dios afianza los montes con su fuerza, reprime el estruendo del mar, cuida la tierra, la riega, y la enriquece sin medida, prepara los trigales, riega los surcos, iguala los terrones, bendice los brotes, corona el año con sus bienes (Sal 65). iLa ternura de la vida!: don divino que permite contemplar las fuentes de la vida en su frescor original. No se puede, sin embargo, separar esa con– templación deslumbrada sobre el universo de la vida profunda del salmista. Pese a todo, las raíces siempre están adentro, y también las fuentes. Al modo de Antonio Machado, cuan– do decía: "Rocas de Soria, conmigo váis", el salmista podría también decir: estrellas, ma– res y montañas, estáis en mi corazón. En lugar de decir: en la creación, Dios y el hombre se encuentran, podríamos expresarnos más exac– tamente, diciendo: Dios, el hombre y la natu– raleza cantan al unísono en mi última morada. El salmo 104 se abre y se cierra con una expresión de máxima interioridad, dirigiéndo– se el salmista la palabra a sí mismo, y hablan– do en singular: "Bendice, alma mía, al Señor". Desde la última soledad de su ser, desde su más remota y sagrada latitud, surge el salmis– ta en alas de la admiración, y, después de reco– rrer montes, océanos, ríos y planicie, retorna al mismo punto de partida, para coronar la peregrinación con las mismas palabras: "Ben– dice, alma mía, al Señor". Y, durante el recorrido, desciende con fre– cuencia a su recinto interior para celebrar, ad– mirado y agradecido, al Rey de la creación que, fundamentalmente , está en su silencio in– terior: "iCuántas son tus obras, Señor!". Y, al final , el salmista parece olvidarse de tantos se– res radiantes como han llenado sus ojos : las criaturas le han despertado y evocado a su Se– ñor; pero, una vez que el Evocado se ha hecho 120 presente, los elementos evocadores ya no tie– nen razón de ser, y desaparecen, y sólo queda Dios. En este instante, el salmista se hunde en la interioridad más arcana y entrañable, para proponerse a sí mismo con ternura y resolu– ción: Cantaré al Señor mientras viva, tocaré para mi Dios mientras exista: que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor (Sal 104, 33). Definitivamente, el misterio siempre está adentro. "lQué es el hombre?" Los elementos que acabamos de estudiar, el asombro, la interioridad y la comunión cós– mica, brillan con luces propias en el salmo 8, donde el salmista realiza el mismo itinerario que en el salmo 104, a saber: salta desde muy adentro de sí mismo, en un arranque de admi– ración ("Señor, dueño nuestro, iqué admirable es tu nombre en toda la tierra!") . Recorre co– mo un meteoro los cielos y la tierra, y regresa al mismo punto de despegue, clausurando el glorioso periplo con la misma estrofa, henchi– do de gratitud y admiración: "Señor, dueño nuestro... ". El pequeño salmo, más que una descrip– ción, es una contemplación de lo creado y lo increado, en la que el salmista, con el corazón dilatado, distingue y señala un escalafón jerár– quico: Dios es el Rey, cuya "majestad se alza por encima de los cielos"; el hombre, un pe– queño rey sobre el trono de la creación; la criatura, destinada a cantar la gloria de Dios y servir al hombre. De entrada, el salmista siente prisa por poner fuera de combate a los ciegos y sordos que niegan la luz del día, los adversarios de Dios. Les dice, poniéndolos en ridículo, que la majestad y el poder divinos están tan a la vista, son tan patentes y evidentes que hasta los niños de pecho, que sólo saben mamar, lo pueden atestiguar. Continúa avanzando el salmista, y entra en los versículos más interesantes del salmo : Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Hay en estos dos versículos una formida– ble densidad vital: una mirada hacia afuera y una mirada hacia adentro: mirada global de la

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