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que, ciertamente, contribuirá al enriqueci– miento integral de la persona. Cuando un creyente consigue hacer de los salmos de la Creación una fuerte vivencia, no sólo rinde un homenaje y entona una música festiva al Creador, sino que también, y sobre todo, levanta el nivel de su riqueza interior. El adorador cósmico entra de cabeza y se ba– ña en la corriente secreta y profunda de la na– turaleza, mientras siente -y de alguna mane– ra, participa- del barbotar de la vida de las manos de Dios. Nadie ha abierto tantas brechas de luz so– bre estos horizontes como Teilhard de Char– din. Nadie ha expresado con tanta originali– dad y audacia, tanto resplandor y fuego sobre la Potencia Espiritual de la Materia como es– te místico de la era tecnológica; de tal manera que, para él, la Materia es la última y más des– lumbrante teofanía. La suya es una auténtica espiritualidad cósmica, para cuya asimilación, la humanidad creyente no está todavía, creo, suficientemente preparada. Me asiste la certe– za de que su vasta y ardiente cosmovisión ilu– minará, con el correr de los siglos, las mentes más altas y nobles. Cautiva esa Misa sobre el Mundo que, es– tando el P. Piérre en las estepas peladas del Asia sin los implementos necesarios para la misa, celebra sobre el altar de la Tierra ente– ra, ofreciendo el trabajo y el dolor del mundo. Su cáliz y patena son "las profundidades de un alma ampliamente abierta a todas las fuer– zas que, en un instante, van a elevarse desde todos los puntos del Globo y a converger ha– cia el Espíritu". Ymás adelante continúa: "Re– cibe, Señor, esta Hostia Total que la creación te presenta en esta nueva aurora. Tú has pues– to en el fondo de esta masa informe -nues– tro esfuerzo y nuestro dolor- un irresistible y santificante deseo que nos hace gritar a todos: i Señor, haz de nosotros uno!". Asombro y éxodo Señor, dueño nuestro, iqué admirable es tu nombre en toda la tierra! (Sal 104, 1). Bendice, alma mía, al Señor, Dios mío, iqué grande eres! (Sal 104, 1). Este es el cantus firmus, la melodía cen- tral que sazona, alienta y sostiene en pie los salmos cósmicos: el asombro. La admiración planea incesantemente por encima de la crea– ción, mientras Su Presencia aletea por encima y bucea por debajo de las criaturas. 118 Aquí está la diferencia entre un geólogo y un salmista. Para el geólogo, la creación es un objeto de estudio: lo aborda analíticamente con instrumentos adecuados. Para el salmista, la creación no es un objeto que se toma para analizarlo, ni siquiera para admirarlo. Más bien, el salmista es seducido y deslumbrado por la creación. Es, pues, el salmista un ser eminentemen– te pascual, volcado, mejor dicho arrebatado por el esplendor circundante; y "estudia" (con– templa) la creación, no científicamente, sino vibrando con ella; casi se diría "viviéndola", con todas las características de la vida: uni– dad, es decir, el salmista no sólo está "fuera" de sí, sino, sobre todo, vertido en la corriente secreta del mundo y compenetrado con sus impulsos; emoción, esto es, una palpitación gratificante; gratitud, un sentimiento benevo– lente y agradecido por tanta hermosura que le hace al hombre vibrar de felicidad. Lo dicho hasta aquí podría identificar al salmista con el poeta. Pero hay mucho más; el salmista es también, y sobre todo, un místi– co. Este es su distintivo más eminente. El sal– mista, fundamentalmente, es un ser deslum– brado por Dios mismo, atraído por un Dios percibido en la creación de tal manera que el esplendor del mundo no es sino el manto de su majestad, y la vida, su aliento (Sal 104). Es, pues, el salmista un ser cautivado por Dios, por un Dios que arrastra tras de sí a la creación entera, y, por cierto, también al sal– mista. Ya se pueden imaginar los resultados: como en un torbellino embriagador, la natura– leza, el hombre y Dios danzan al unísono, res– piran un mismo aliento, viven una misma vi– da. ¿cabe imaginar júbilo más subido? Bergson, refiriéndose a esta experiencia, dice: "No es algo sensible y racional. Es, im– plícitamente, lo uno y lo otro. Y es mucho más que todo eso; su dirección es la del impul– so vital". Es de tal naturaleza esta experiencia que no hay manera de conceptualizarla, y me– nos todavía de verbalizarla. Por eso, el salmis– ta, después de una exclamación, tiende a ce– rrar la boca y permanecer en silencio. Una ex– clamación, por su propia naturaleza, reclama y supone, un silencio posterior; un silencio, por cierto, grávido de la más densa palpita– ción. Pobreza y adoración Asombro es, pues, la palabra. Y, en el fon– do, el asombro es un desprendimiento, un sa– lirse del centro de sí mismo, de las ataduras,

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