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"¡QUE ADMIRABLE ES TU NOMBRE!" El templo de la creación Ignacio Larrañaga, OFM Cap. Dios es En los salmos 8, 104 y otros, las criaturas son el lugar de encuentro, el altar de la adora– ción, así como en otros salmos -numerosos– las gestas salvíficas son la epifanía de la pre– sencia y acción liberadora de Dios. El salmista no es tan sólo un poeta colo– rista que describe "las madrigueras de los eri– zos" y "los cachorros que rugen por la presa", sino, sobre todo, el contemplador sensible que capta la realidad latente y palpitante que res– pira bajo la piel de las criaturas: Dios mismo. En las religiones primitivas, la realidad, imprecisa y vaga, por cierto, no sólo se circuns– cribía a ciertos elementos telúricos, como el árbol, la fuente o el sol, sino que se identifica– ba con ellos. La divinidad era la fuente sagra– da, el bosque, sin una exacta distinción entre ser y estar, sino más bien implicados y con– fundidos ambos aspectos; para Akken Aton, el son era (y estaba) la divinidad. En los salmos, y en la Biblia, en general, se lleva a cabo el proceso de emancipación, abierta hacia la trascendencia: se cercena el cordón umbilical que ligaba a un dios a un lu– gar. Dios se separa de los seres y lugares, se independiza, superando la etapa panteísta, y adquiere identidad personal y mayoría de edad: trasciende los seres creados: queda más allá de las criaturas, lo que no quiere indicar que esté distante, o por encima, sino que es otra cosa que la criatura. Desde ahora, esta– mos en condiciones de afirmar: simplemente, Dios es. Podemos agregar también que Dios es el fundamento fundante de toda realidad, la esencia de la existencia; que en El nos move– mos, existimos y somos; y que no le correspon– de estar, sino ser. Esta colaboración es parte de una serie de comentarios espirituales sobre los salmos, que Ignacio Larrañaga acaba de escribir para la revista española "Vida religiosa", en la que se irán publicando a lo largo de este año, y que pos– teriormente aparecerán en libro. El río Jordán, con el monte Hermón , al fondo, símbolos de la fecundidad y la belleza de la obra de Dios en la Biblia. Retorno a la naturaleza El hombre de Iglesia necesita, quizás hoy más que nunca -según me parece- vivificar y actualizar los salmos, digamos, cósmicos, y nutrirse de ellos. Y esto, no para orquestar las cruzadas de los ecologistas, sino para entrar en una profunda comunión con todos los seres en Dios, raíz y fundamento de todo; para ado– rar al Señor, no sólo en el santuario de la úl– tima soledad, sino también en el brillo poli– cromado y multiforme del universo. La formación clerical, marcadamente ra– cionalista, utilizando la lógica y la abstracción como fuentes casi únicas de conocimiento, se había desentendido, durante siglos, de la poe– .sía y la intuición, salvo en la corriente francis– cana, subestimando, por decir lo menos, la ver– tiente emotiva e imaginativa de la persona. ¿Resultado? Ya se puede suponer: un hombre, en cierta manera, mutilado, con un vacío difí– cil de equilibrar en la estructura general de la persona. Urge, pues, retornar a las raíces de la crea– ción. Es necesario despertar, con cierta premu– ra, las energías instintivas hoy dormidas, y ha– cer brotar de nuevo las fuentes de la simpatía; y, con todo este caudal recuperado, nos será más fácil entrar en una viviente comunión con las criaturas y el Creador, conjuntamente. Lo 117

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