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el Vaticano no anulan la necesidad de, en comunión con el magisterio, continuar la elaboración de una auténtica teología de la liberación". "El Evangelio, agrega, se destina a todos los hombres sin excepción", pero "privilegia a los pobres, porque ellos constituyen las mayorías sufridoras y son los preferidos de Cristo y de la Iglesia", y "en una situación de opresión co– mo la nuestra, la misión de la Iglesia debe ser, sin equívocos, liberadora". No de otra manera hubiera reaccionado san Francisco, quien en sus relaciones con la Iglesia, no exentas de conflic– tos, rehuyó siempre la crítica y la polémica. Toda su vida, sin embargo, y no pocas de sus actitudes fueron abiertamente con– testatarias de la Iglesia de su tiempo. ¿Qué hubiera sucedido si san Francisco no hubiera encontrado un Papa como Inocen– cia III, que, si bien gobernaba a la Iglesia férreamente con una espada en cada mano, en el fondo de su corazón era un refor– mador? No todos los seguidores de Francisco se atuvieron a sus "tácticas", y entre ellos algunos de sus discípulos más inme– diatos, como fray Gil y fray Antonio, cuya mansedumbre y san– tidad no les impidió lanzar duros anatemas contra los Prela– dos, o Jacopone de Todi que anatematizaba así al Consistorio en pleno: "Me extraña que la tierra no se abra para tragaros a todos por igual. Que Dios os guarde" (acabó su vida como "hombre en prisiones"), y más tarde Rogerio Bacón y Guiller– mo de Ockam. Sin duda, las actitudes positivas y no violentas de Fran– cisco frente a una Iglesia tan vulnerable y ajena al espíritu de su Fundador como la de su tiempo sientan un precedente lu– minoso, y tienen un valor normativo para nosotros, amén de que la Iglesia y los Prelados del nuestro no son los de la Edad Media. Y, de todos modos, la contestación de Francisco, por me– nos verbal y directa no fue menos explícita y eficaz. "El no de Francisco de Asís a aquel tipo de Iglesia no podía ser más ra– dical; es lo que hoy llamaríamos una protesta profética" (Car– denal Ratzinger, citado por Leonardo Boft, en "Francisco de Asís, ternura y vigor", edic. CEFEPAL, p. 157). Creemos que Leonardo Boft ha elegido el mejor camino, el de una actitud coherente con su fe y su vocación franciscana, el de la "humildad y reverencia" hacia una Iglesia que conti– núa siendo todavía "signo de contradicción", pero a la que no podemos menos de amar porque nosotros mismos nos recono– cemos en ella como contradictorios e impuros, e igualmente necesitados de reforma y conversión. En agosto del año pasado, al iniciarse el proceso contra su libro "Iglesia, carisma y poder", Leonardo Boff afirmó: "De una cosa estoy seguro: prefiero caminar con la Iglesia que ir solo 67

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