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La Orden Franciscana tiene tal vez la misión de ofrecer al mundo y a la Iglesia la esencia misma del Evan'gelio, sin adherencias extrañas. Es lo que hizo Francisco en su tiempo. No quiso ser monje ni sacerdote. Inspirado por el Espíritu Santo, intuyó que lo nuclear del mensaje de Cristo era ser her– mano, uno más en medio del pueblo, sin constituir un estamento privilegiado . Que nadie se llame Padre. Y dentro de esa clase popular, dar la prefe– rencia a los pobres, a los leprosos, a los sarracenos y otros infieles. Salir a los caminos para traer a la mesa del Padre a todos esos marginados. Crear comunidad y buscar el último puesto, a los pies de los hermanos, como Jesús en la cena de la noche de su Pasión. La Iglesia y la Orden está constituida por hom– bres. Y los hombres somos falibles. En el Vaticano II la Iglesia reconoció "que no siempre, a lo largo de su prolongada historia, fueron todos sus miem– bros, clérigos o laicos, fieles al Espíritu de Dios. Sabe también que aún hoy día es mucha la distan– cia que se da entre el mensaje que e!];a anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros" (GS 43). Con sinceridad y con amor, yo diría que la Orden ha caído en dos defectos fundamentales mutuamente implicados: Aburguesamiento y cleri– calización. Sin generalizar ni incluir a todos en esta crítica. A) La Orden se ha aburguesado. Su misma his– toria es elocuente. Sus constantes reformas son prueba de ese afán (que la honra) de querer salir de un nivel de vida fácil. La pobreza se ha constituido en la gran aporía franciscana. La escisión de Con– ventuales y Observantes, y más tarde de Observan– tes y Capuchinos, habla expresivamente de un deseo de ser y vivir pobres. La Orden tiene grandes inmuebles, posesiones y reservas económicas. Hemos hablado mucho de "pobreza" como virtud abstracta, no como realidad, porque nos hemos alejado de los pobres que son quienes pueden ense– ñarnos a ser pobres. Tal vez nuestro sino sea estar comenzando siempre, convirtiéndonos siempre, con continua formación permanente. Apenas cejamos un poco en nuestro esfuerzo, ya volvemos a olvidar la soli– daridad con los pobres, esa comunidad de mesa y vida, la fracción del pan, la utopía escatológica, nuestro futuro. B) La Orden se ha clericalizado. No es que el ser clérigo, y en concreto sacerdote, sea un mal. 20 Al contrario, es un servicio. La sacerdotalización en cambio es un acaparamiento de atribuciones, es invertir en un poder sobre los demás lo que tenía que ser servicio. Algo que el Evangelio ha rechazado siempre: Nada de eso entre ustedes, de dominar como señores absolutos (Me 10, 42-43). En una nación pueden ser necesarios los militares en su misión defensiva frente a los enemigos. Pero si los militares pasan a gobernar y acaparar todos los cargos, entonces estamos en una militarización del país, lo que constituye un abuso. El sacerdote es quien .visibiliza el sacerdocio in– visible de Cristo. Y ese sacerdocio invisible es precisamente reunir a los hermanos en torno a la mesa, bajo la presidencia del único Padre, Dios. Pe– ro si el sacerdote en vez de hacernos sentir la her– mandad fundamental, se constituye en rango supe– rior y busca el primer puesto en vez del último, es– tá traicionando su misión. El Vaticano 11, aun moviéndose todavía con una teología sacerdotal que desde Trento venía prevaleciendo, supo iniciar una línea rectificadora, dando preferencia en la Lumen Gentium al capítu– lo del pueblo de Dios, pero no fue lo suficiente– mente lógico dejando el capítulo del laicado detrás del de la jerarquía. Estas vacilaciones aparecen también en el Presbyterorum Ordinis donde se si– gue llamándoles "padres y maestros" (PO 9). - compárese con el texto mateano: ustedes no se dejen llamar padres ni maestros (Mt 23, 8-9)- y sin embargo ya tiene afirmaciones muy nítidas en favor de la frn ternidad esencial: "Los presbí– teros tomados de entre los hombres y constitui– dos en favor de los hombres en lo que a Dios se re– fiere para que ofrezcan dones y sacrificios por los pecados, conviven, como con hermanos, con los otros hombres" (PO 3). "Los presbíteros del N.T. por su vocación y ordenación, son en reali– dad segregados, en cierto modo, en el seno del Pueblo de Dios; pero no para estar separados ni del pueblo mismo ni de hombre alguno... ni po– drían tampoco servir a los hombres si permanecie– ran ajenos a la vida y condiciones de los mismos" (PO 3). "Los sacerdotes del N.T.... son junta– mente con todos los fieles, discípulos del Señor que, por la gracia de Dios que llama, fueron he– chos partícipes de su Reino. Porque regenerados como todos en la fuente del bautismo, los pres– bíteros son hermanos entre sus hermanos, como miembros de un solo y mismo Cuerpo de Cristo, cuya edificación ha sido encomendada a todos" (PO 9).

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