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7, 34). Este es un punto de escándalo, precisa– mente por ser comida con pecadores, por lo que implica de solidaridad. Son frecuentes las alusiones a un Jesús que se sienta a la mesa. la multiplica– ción de los panes, al aire libre, es, más que un milagro, el símbolo del Reino donde el compartir produce sobreabundancia (cfr. Am 9, 13-15), sin que nadie pase hambre. En esta perspectiva el dejarse comer para que los otros tengan vida (este es el misterio de la Eucaristía) es algo inaceptable para quienes ni siquiera están dispuestos a com– partir. Aquí se entra en crisis, porque no se acepta el Reino que es hermandad y solidaridad, no se quiere renunciar al egoismo ni a los privilegios, hay que mantener las distancias sobre la plebe ... Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él (Jn 6, 66). Y si muchos no entran en crisis es porque reducen la Eucaristía a un rito mágico que a nada compro– mete. Hay que prestar atención al hecho de que el primer milagro de Jesús, anticipando su hora, fue precisamente para hacer posible la celebración de un banquete que amenazaba con suspenderse por falta de vino (Jn 2, 1-12). Y el último gesto de su vida fue también una cena en la que hace realidad el anuncio evangélico de morir para dar vida, asumiendo el papel de siervo, el último lugar a la mesa: ¡Cuánto he deseado comer esta Pascua con vosotros! (Le 22, 14). Quedan atrás sus comidas con los pecadores, sus charlas de sobremesa donde afloraron sus mejores parábolas, como la del hijo pródigo donde la reconciliación y la vuelta a casa se celebra con un espléndido banquete, al que curiosamente no quiere asistir el otro hermano (Le 15, 11-32). Después vendrán las comidas de Jesús resucitado con los discípulos de Emaús, que le reconocen al partir el pan (Le 24, 35); con sus apóstoles a la orilla del lago (Jn 21, 12-13). Pedro recordará este detalle de Jesús resucitado: a nosotros que comi– mos y be/Jimos con él después que resucitó de de entre los muertos (Hech 10, 41). El primer dato obvio de la Eucaristía, su signo más evidente, es la solidaridad fraterna de los que se sientan a la misma mesa. El segundo dato es su carácter sacrificial, el tener que renunciar cada uno a lo suyo para ponerlo en común con los demás (el morir para que los otros tengan vida). San Pablo reprueba a los corintios haber perdido el signo eucarístico: Cuando se reúnen, ya no es comer la cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga (1 Co 11, 20-21 ). El tercer dato sería la presencia del Señor: Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20). Tomen, coman, esto es mi Cuerpo (Mt 26, 26,). El proceso es el siguiente: la comunidad de mesa significa comunidad de vida. Implica despo– jarse del propio yo (morir) para que los demás tengan vida. Entonces es realidad el Reino de Dios, es real la presencia de Jesús entre los hombres. Creo que la teología tradicional ha dado dema– siada importancia al pan y al vino en sí, cuando lo que Jesús destacó no fue el pan en sí (no insistió en que tuviera que ser de trigo o de otra clase) sino en el pan compartido en gesto fraterno. Hay que rescatar el sacramento como acción comunitaria y superar esa noción estática, cosística, en la que hemos caído. El Señor se hace presente no sólo por las palabras sacerdotales sobre el pan de trigo, sino principalmente por la comunidad de amor y justicia de los comensales. Sin justicia y fraterni– dad no hay Eucaristía. Jesús hace un análisis de la realidad y la descri– be en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (Le 16, 19-22). Unos nadan en la abundancia y otros apenas reciben las migajas. Eso es un pecado contra la fraternidad. Se exige un proceso de cam– bio y superación desde esta sociedad injusta hacia una nueva humanidad, de un banquete para unos pocos (los ricos) que excluyen a los pobres, a un banquete en que los primeros puestos sean precisa– mente para los pobres. Ser cristiano es aceptar este proyecto y comenzar a caminar hacia su realización. Con todos los inconvenientes que puede tener un esquema, considero fundamentalmente válido el cuadro sinóptico adjunto como un resumen de la formación evangélica que impartió Jesús a sus discípulos, desde un estado de inconclusión-imper– fección hacia la plenitud del Reino de Dios, signi– ficado en el banquete escatológico. Esta plenitud se manifiesta en la revelación de Dios Trinidad (comunidad divina) superando la idea de un Dios en "su espléndida soledad". las consecuencias de esta revelación del Dios del Reino afectarán pro– fundamente al Reino de Dios. Primera columna. Se refiere a los judíos, a los teistas en general y a muchos cristianos que no llegan a vivir consecuentemente su fe en la Trini– dad. El Dios que aceptan es unipersonal y eterno, transcendente, 'intemporal. Es invisible, a Dios 17
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