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Una Formación para el futuro de la vida franciscana en América I.1atina Si no queremos pecar de ingenuos, hemos de reconocer nuestra profunda incapacidad p?ra una auténtica labor formativa de religiosos del futuro. No hay fórmulas "ex opere operato". Primero, porque en la tarea educativa, todos quedamos un poco al margen del formando: po– demos influir pero no decidir. Y, segundo, porque en la formación religiosa la gracia interviene siempre de modo eminente y no es manipulable. Puede sorprendernos presen– tándose donde no esperábamos, o estar ausente cuando la dábamos como un presupuesto evidente. La prudencia nos exige una postura de humil– dad. Sabemos lo que se debe evitar, las circunstan– cias en las que ciertamente Dios no actúa. Pero cuando hemos logrado evitar todo lo negativo para nuestros formandos, aún no sabemos si lograremos un verdadero religioso del futuro. Las decepciones son muy frecuentes. Con estos presupuestos se ha de interpretar la audacia de exponer el tenía de la formación para el futuro de la vida franciscana en América Latina. 1. Formación. Para encuadrar el tema de la formación de un modo adecuado, hemos de situarlo dentro de las coordenadas de lo viviente y de lo consciente. 14 CARLOS BAZARRA OFM CAP. Ante todo, de lo viviente. Aunque a veces se usa el símil de tallar una estatua o construir una casa, no es esa formación la que nos interesa. No se trata de eso. Hablamos de formación de seres vivos, que no consiste en yuxtaponer o acumular materiales en línea de "tener" o "poseer", sino en la línea intrínseca de "ser". Es un desarrollo desde dentro. Como el grano de trigo que da cauce libre a todo lo que tiene en sí con la asimilación de elementos ambientales (agua, luz, tierra , aire...) hasta llegar a granar ern espiga. Pero tampoco nos basta lo viviente. No vamos a formar un jardín o una granja. Son hombres, personas, las que se forman. Seres conscientes que se proponen unos objetivos hacia los que hacen tender sus esfuerzos de un modo libre. Para hablar de educación y formación, hay que partir del hombre. El ser humano tiene en común con todos los seres vivos, que es un ser inacabado, imperfecto. Pero a diferencia de los demás vivien– tes, el hombre sabe que es imperfecto y busca su plenitud. La formación genuina humana implica una búsqueda, realizada por el mismo sujeto. El hombre tiene que ser sujeto, no objeto, de su propia formación. El perro, el caballo o el oso pue– den ser objeto de educación; el sujeto sería el domador, los animales serían objeto de domestica– ción . Pero esto no vale para el hombre.

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