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Hoy se advierte una creciente preocupac10n por una línea pastoral de sacramentos y obras, pero no existe una conciencia suficiente por encuadrar la propia vida de acuerdo a unos criterios y una experiencia de sabiduría ya optada. He aquí, pues, nuestra responsa– bilidad como hermanos llamados menores: desechar todo menosprecio por las variadas manifestaciones de la piedad y la religiósidad popular propias de nuestro pueblo, y ofrecer tanto a nuestros hermanos terciarios como a otros cristianos alternativas de vida cristiana, a partir del proyecto de vida evangélica secular de Francisco, y de todo el rico bagaje de estima por la piedad sencilla, el hambre de Dios y la relativización de los bienes terrenos, tan propios de la religiosidad del pueblo creyente de hoy. Así, Francisco de Asís, que sigue encontrando eco en la religiosidad popular de nues– tra gente, seguirá también contribuyendo con su espíritu a mantener en la Iglesia, esposa de Cristo, la confluencia entre pastores y pueblo, ley y libertad, jerarquía y carisma, tronco y retoños... Iglesia entera. Y esto, insertándonos, como lo hicieron Cristo y Francisco, con realismo y verdad en la corriente evangélica y sociológica que postula la piedad, la peni– tencia, la pobreza y la humildad como el camino más seguro para el reencuentro con Dios en la redención de Jesucristo. 124 La religiosidad popular, si bien sella la cultura de América Latina, no se ha expresado suficientemente en la organización de nuestra sociedad y estados... Asi, la brecha entre ricos y pobres, la situación de amenaza que viven los más débiles, las injusticias, las postergaciones y sometimientos indignos que sufren , contradicen radicalmente .los valores de dignidad per– sonal y de hermandad solidaria. Valores éstos que el pueblo latinoamericano lleva en su corazón como imperativos recibidos del Evangelio . De ahi que la religiosidad del pueblo latinoamericano se convierta muchas veces en un clamor por una verdadera liberación. Esta es una exigencia aún no satisfecha. Por su parte, el pueblo, movido por esta religiosidad, crea o utiliza dentro de si, en su convivencia más estrecha, algunos espacios para ejercer la fraterni– dad: el barrio, la aldea, el sindicato, el deporte. Y, entre tanto, no desespera, aguarda confiadamente y con astucia los momentos oportunos para avanzar en su liberación tan ansiada (PUEBLA 452). Si la Iglesia no reinterpreta la religión del pueblo latinoamericano, se producirá un vado que lo ocuparán las sectas, los mesianismos politicos secularizados, el consumismo que produce hastío y la indiferencia o el pansexualismo pagano. Nuevamente la Iglesia se enfrenta con el problema: lo que no asume en Cristo, no es redimido, y se constituye en un ido/o nuevo con malicia vieja (PUEBLA 469).

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