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el encuentro amistoso y lo dialógico, junto a otras motivaciones coincidentes en el campo de lo religioso. Recordemos, en todo caso, que las más duras invectivas de Cristo se diri– gieron, no al pueblo religioso, al que acompañó en sus peregrinaciones al templo y en otras manifestaciones multitudinarias, sino a los fariseos y dirigentes religiosos del pueblo, que se ufanaban de comandarle prescindiendo de Dios y de su ley primerísima de adorarle y sometérsele; y que incluso la expulsión de los mercaderes del templo iba más dirigida a los fariseos que a los propios mercaderes o al pueblo; o que la repulsa de Cristo iba más dirigida a la codicia de los responsables que a la desprevenida piedad de la masa de devotos. La piedad del pueblo Dios la bendice con milagros que la hacen efervescente e inconte– nible; pero Cristo abomina la codicia desatinada de quienes debían orientar al pueblo para mejor conectarlo con Dios. El pastor que, en una actitud espiritualista , desmerece la piedad y religiosidad popular, desaira al Espíritu Santo, que obra en el pueblo. Su actitud debe ser la de Cristo, que se encarna y se mezcla con la muchedumbre, astciándose a sus manifes– taciones de fe y a sus fiestas. " Es preciso reanudar el diálogo a partir de los últimos eslabo– nes que los evangelizadores de antaño dejaron en el corazón de nuestro pueblo . Hay que conocer, para ello, sus símbolos, su lenguaje silencioso, no verbal, asumir su espíritu y purificarlo, aquilatarlo, encarnarlo en forma preclara; participar en sus convocaciones y manifestaciones para darles el propio aporte" (PUEBLA 457 y 462). El servidor eximio del pueblo religioso que no desdeña confundirse con él y sabe valorar su espíritu de piedad no es otro que el "siervo de Yahvé", personaje sustitutivo que asume la condición de los suyos y la resuelve con tal heroísmo, sabiduría y amor que es puesto por conductor de muchedumbres, no con medios de poder, sino en fuerza de su actractivo y ente– reza moral. Quizás en este sentido se ha dicho no ser "crisis de sacerdotes la crisis de Améri– ca, sino de cristianos auténticos" , servidores del pueblo sencillo y fiel. La transformación esperada sólo sobrevendrá con el surgimiento de tales hombres: profundamente religiosos, en sintonía con el pueblo de Dios, que revestidos de carisma entrañable entre los suyos, sean capaces de hacer confluir con la fe católica la pujanza religiosa de nuestra raza , que sin ser propiamente antieclesial tampoco t iene frecu entemente mayor interés en comprometerse seriamente con la Iglesia. La religiosidad popular tiene connotaciones subjetivas o provenientes de la cultura autóctona, caracterizándose por la emoción vital, con una conceptuación muy peculiar y suya de todo. Se trata de un movimiento positivo y autén tico hacia Dios, que da razón y sentido por sí mismo a toda la vida, y frente al cual queda relativizado todo lo demás. Frecuentemente se manifiesta como una verdadera actitud de contricción y de piadoso sen– timiento hacia Dios y los hombres, que impulsa al cumplimiento de los deberes para con El y ellos. Cuando los conquistadores abordaron las costas americanas con sus naves y des– cendieron los misioneros, dispuestos a implantar el cristianismo, se encontraron con gentes sencillas y humildes capaces de detenerse absortas con la vida que vuelve con cada amane– cer y de celebrarla, que podían enfermar de ansia, de deseo de ascender y contemplar las maravillas que descubrían; que adoraban a Dios en las cimas inaccesibles de las montañas y en la inabarcable inmensidad de las aguas. Con descubrirlos, que es desenterrar, hacían obra noble y desinteresada, aleccionadora tal vez incluso para ellos mismos; pero los con– quistadores emprendieron más bien una acción encubridora de su cultura, su rica religio– sidad y su piedad inapreciable, con la actitud y la conciencia típica de los pueblos conquis– tadores, más dispuesto a enseñar que aprender, a poner en acción categorías de señorío, dominación y realeza, que a descubrirse y ser hermanos. 121

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