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Graneros, y desde Alto Jahuel a Talagante. Hay caminos de luces en todas direcciones, y quién sabe si algún avispado no dio con el foco que alumbra su propia casa. Entonces se come, y el agua y otros líquidos son "néctar de dioses" allá arriba. Las conversaciones dis– curren por todo lo que es vida del pueblo, de los campesinos, de los jóvenes. El sexo tiene, por supuesto su fuerte incidencia: los que suben no son ángeles. De pronto se escucha departir sobre pecados propios o ajenos, imaginarios o reales. La subida a "La Virgen de la Mancha Blanca" parece enmarcarse en lo más trivial de la vida: pecados y anhelos de dignificación humana y espiritual, placer y sacrificio, amor y cinismo, piedad religiosa y negación de todo. Se cae en la grosería y en una desagradable vulgaridad. Predomina crudamente en estas subidas la cultura del pueblo, lo que saben, lo que piensan, aquello con que disfrutan; pero también su religiosidad, que refleja su apertura, disponibilidad y capacidad para la elevación del alma; y es emocionante constatar su autén– tica buena voluntad, sus posibilidades, su generosidad con su evangelizador. Uno se siente inclinado a pensar entonces: "Es un campo inculto",descuidado nefasta e inconsiderada– mente por la estrechez mental de quienes por su ubicación sociológica y su ministerio evangélico debieran haber realizado un serio esfuerzo de inculturación. Es cierto que su medio es totalmente diferente del nuestro, pero es posible llegar a apreciarlos y a quererlos realmente y de corazón, y sentirse bien acogido cuando uno se acerca a ellos con naturali– dad, como a un círculo de amigos e iguales, tal vez como un "hermano menor", _para trans– mitir un mensaje que eri otro ambiente menos sencillo y espontáneo podrían interpretar como un afán de "dar lecciones". Eran las tres de la madrugada cuando apareció ante nosotros un lugar de la montaña sembrado de fogatas; cerca se veían numerosos caballos amarrados, y dos centenares de personas, distribuídos por grupos en torno a un altar de rocas y cemento de 2 metros y medio de altura, con una gruta de la Virgen de Lourdes, ornado de un manto llameante de numerosas velas hincadas en los salientes de la roca y en el suelo. El lenguaje mudo de los cirios era rico y expresivo, traduciendo, sin duda, complejas y secretas vivencias. Su intensidad y luminosidad se mantendría durante toda la noche. Todo era illlprovisado, y la religiosidad popular encontraba ae pronto la expresión adecuada. Expres10nes y mur– mullos de diversos tono me decían su gratitud por haberlos acompañado. Alguien había encabezado un rosario que los demás siguieron. Y hube de contestar a un niño, acólito, que también había llegado a la cumbre, que aquello no lo dirigía ni le pertenecía a la Iglesia, sino que la gente iba sola para cumplir directamente su manda a Dios. "Es muy milagrosa esta Virgencita - oí que alguien me decía-, un amigo que tomaron preso para el 11 de septiembre del 73, ya creía que lo iban a matar con los otros, pero se encomendo a esta Virgen, y lo soltaron . Ahora él sigue viniendo todos los meses ... ". Otro decía: "Con esta subida com_pleto mi ciclo, tenía que venir cinco años este clía; también un amigo mío, pero él completó el año pasado, y ya no viene más". '"Aquellas 1atas que hav allí, agrega, son de un avión de dos jóvenes que hace años se precipitó a tierra. v enco– mendándose a Dios y la Virgen se salvaron de morir". Ellos mismos habrían hecho la gruta como testimonio de gratitud. Hoy sería ya imposible de contabilizar cuántos (se dice que unos quinientos) pueden testimoniar que allá arriba Dios y la Virgen ESCUCHAN. 119
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