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Sin tener ningún cargo eclesiástico, cele– braba la Eucaristía en la capillita contigua a su casa, apoyando así la pastoral del lugar, animada por el citado sacerdote que había prendido en él la chispa del apostolado de presencia en el mundo trabajador. Esta situa– ción duró cuatro años, al cabo de los cuales los Superiores de la Orden le pidieron que fi– nalizara su experiencia, decisión que asumió dolorosamente, retirándose por un año al con– vento de la Orden en Banneux-Notre-Dame. Pero Pedro era un hombre inquieto, y no se dejaba arredrar fácilmente; e insistió una y otra vez ante sus Superiores para que le per– mitieran continuar trabajando como obrero. Cansado de batallar sin éxito para seguir adelante en su camino franciscano , decidió "probar fortuna" por otro camino. Así, pidió y obtuvo de sus Superiores la autorización para hacer una experiencia con los Hermanos de Foucauld, con quienes permaneció cerca de un año en Argelia; compartiendo durante varios meses la vida de los "Hermanitos", hizo una larga peregrinación a pie hasta Beni– Abbés. Pero, si bien le satisfacía este estilo de vida, verdaderamente evangélica, el Maestro de novicios de los "Hermanitos" le dijo un buen día: "Tú no estás hecho para la espiri– tualidad del desierto". Y así es como se encontró de nuevo en un convento de Bélgica, dispuesto a seguir bata– llando por su ideal. Un día le dijo a su Supe– rior: "Pero, padre, ¿se fija? , nosotros vivimos el Evangelio al revés: estamos todos agrupa– dos alrededor de la oveja fiel , y dejamos que el rebaño ande suelto por ahí. ¿Por qué no me mandan donde está el rebaño?". Pedro casi se salió de sus casillas, cosa difícil de ima– ginar en él, al menos a esta altura de su vida. Y tanto, que su Superior se asustó. Y le per– mitieron que fuera a una parroquia de ambien– te obrero. No mucho tiempo después se le uni– ría el P. Louis Antaine, autor de varios libros franciscanos, dos de ellos editados por CE– FEPAL, con el que ha mantenido hasta el día de hoy una gran amistad. Vivían muy pobre– mente en un barracón, y "la exigencia de in– serción en el mundo y la cultura obrera nos resultó muy enriquecedora". Y ésta ha sido una de las "obsesiones" de Pedro durante toda su vida. "Fue también -agrega- una excelen– te preparación para descubrir después en Chile el mundo y la cultura populares". Permaneció en esta parroquia obrera de Seraing desde 1953 hasta 1958. Pero... no era una parroquia de la Orden: "no es nuestra", 488 le recordaron los Superiores, y lo invitaron a trasladarse al convento de Tournai, al oeste de Bélgica, que sí era de la Orden. Pedro in– sistió en la necesidad de abrir nuevos cami– nos de presencia y evangelización del mundo obrero. Y, cuando finalmente, fue destinado a Tournai le dijo a un compañero: "Una vez más, se ha perdido una oportunidad de llevar a cabo nuestra misión". Algunos decían de él: "Este hombre voluble, que va de acá para allá". Y no dejaban de tener razón. Pedro tenía alma de peregrino. Durante varios años fue asesor del movimiento "Compañeros de san Francisco", fundado por Joseph Folliet, "pe– regrinando -nos cuenta- con grupos de chi– cos y jóvenes entusiastas, algunos de los cua– les estaban ya comprometidos en tareas pro– fesionales, sociales, artísticas, y también con hombres casados. Todos eran en principio ca– tólicos, pero con el tinte particular que les daba su lugar de procedencia. Había algunos estudiantes, algunos obreros, un escritor bas– tante conocido, un escultor, alguno que otro político, algunos empleados: una verdadera sociedad en pequeño, ecuménica, se puede decir, por sus distintos compromisos, y profun– damente franciscanos . Este grupo me ayudó mucho, por sus utopías, su espíritu de solida– ridad y su apertura. La alegría y los cánticos de su fundador (J. Folliet) eran el telón de fon – do de todas nuestras actividades. La regla de vida de estos 'jóvenes' no era precisamente el Derecho Canónico..., pero a mí me ayudó mucho esta experiencia de convivir con gente que, sin contar siempre con la Iglesia, por lo menos en su aspecto estructural, estaban en busca de un Camino". El salto a Chile Este hombre que iba "de acá para allá", comenzó a pensar, de pronto, en la posibili– dad de ir más lejos. Había tenido noticia de que Mons. Valdés Subercaseaux, obispo de Osorno (Chile) estaba recorriendo algunos países de Europa en busca de voluntarios pa– ra su diócesis. Logró entrevistarse con él, y le habló de sus inquietudes y sus búsquedas, así como de sus dificultades para llevar a cabo una vocación sentida casi desde su adolescen– cia. Mons. Valdés le dijo que en Osorno había algunas fábricas (dos, en realidad), y que gus– tosamente lo recibiría en su diócesis.

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