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más en la formación de los jóvenes la auten– ticidad de la vida que una piedad separada de ella. -¿Tenías ya en ese tiempo una preocu– pación por lo social, algo que anticipara tus opciones de vida con el pueblo? -Sí, aunque no de una manera explícita, por falta de contacto con el pueblo en la etapa de formación. Dentro del estilo de vida de nuestras casas de formación , eso era impen– sable. Lo entreví especialmente a través de los relatos de los misioneros que venían del Pakistán. La pobreza y el fatalismo de esos pueblos fue lo que despertó en mí el deseo de vivir en medio de los pobres. Al finalizar sus estudios eclesiásticos, Pe– dro fue ordenado sacerdote en abril de 1939. En septiembre de ese mismo año fue incor– porado a filas como un soldado más, y en ca– lidad de tal desarrolló actividades de campa– ña. En el contacto y la convivencia cotidiana con los soldados se afirmó cada vez m¿s en su inclinación y su deseo de ser un testigo del Evangelio en medio de los hombres, y en es– pecial entre los pobres. Apenas iniciada la guerra, en 1940, fue enviado al frente de bata– lla; y muy pronto cayó prisionero de los ale– manes, junto con numerosos soldados de su regimiento, que fueron trasladados a Alemania en barcos carboneros. Su permanencia duran– te cinco meses en un campo de concentración de Baviera fue también una excelente oportu– nidad para experimentar y poner a prueba su vocación de servicio y testimonio evangélicos. Hubo un intercambio entre enfermeros prisio– neros de Alemania y Bélgica, y así pudo vol– ver a su patria luego de seis meses de cautive– rio en diversos lugares de aquel país. La etapa posterior de la vida de Pedro es– tuvo marcada por las exigencias y necesida– des de solidaridad y ayuda fraterna propias de un país ocupado y de las víctimas de la guerra. "Así, me integré -dice- en diversas colonias de niños y jóvenes, entre los que se pudieron ocultar no pocos hijos de judíos. Se trataba de un servicio a la comunidad a través de los niños, especialmente pobres y desamparados, que se recuperaban en esas colonias, en las que se les daba, además, una educación hu– mana y religiosa de tipo familiar adaptada a su edad". Esta actividad humanitaria y cristiana de acompañamiento de niños y jóvenes víctimas de la guerra, se prolongó a lo largo de los cua– tro años que duró todavía aquélla. Como culminación de esta etapa de su vida, Pedro nos cuenta, no sin emoción, su encuentro en Banneux-Notre-Dame con la ni– ña Marietta, a quien se le aparecía la Virgen María, anunciándose así: "Yo soy la Virgen de los pobres". Se trataba de una niña "arisca y poco menos que salvaje", perteneciente a una familia que "parecía lo más contraindicada". Estas apariciones de Banneux-Notre-Dame, que tuvieron gran repercusión entre el pueblo cristiano, fueron reconocidas por la Iglesia local como un lugar de devoción-popular. "Jus– tamente -acota Pedro- en la línea de mi bús– queda franciscana. Con· el tiempo, se levanta– ría en Talcahuano (Chile) una capillita con el título de "Virgen de los pobres", réplica de la del santuario belga y obra del P. Edmundo Lejeune. Sacerdote obrero Por ese tiempo, Pedro había leído un libro del jesuita P. Perrin : "Diario de un sacerdote obrero en Alemania", que había acompañado anónimamente a los trabajadores de las fá– bricas de armas durante la guerra. También por entonces conoció al P. Carlos Bolland, perteneciente a la diócesis de Lieja, muy pre– ocupado por la descristianización de la clase obrera, y que fue autorizado para trabajar a tiempo pleno en una fábrica metalúrgica, no sin reticencias por parte de la Jerarquía ecle– siásica. "Según creo -dice Pedro- fue el pri– mer sacerdote obrero antes del gran movi– miento posterior" . Esto fue estimulante para Pedro, que se inició como sacerdote obrero en una cristale– ría de la comuna de Lieja, que funcionaba en un antiguo monasterio. "El trabajo -acota– era muy duro y penoso, y las conversaciones de los obreros no eran precisamente monás– ticas". En éste, como en otros trabajos que reali– zó posteriormente, era presentado como al– guien interesado en conocer de cerca la pro– blemática obrera y social. Pero no podía ocul– tar por mucho tiempo su condición de sacer– dote , hasta que decidía revelársela a los más amigos, "que reaccionaban de una manera de– liciosa y fraterna: 'Pedro, un hombre de la Iglesia, quién lo iba a pensar'". Siempre man– tuvo muy buenas relaciones con sus compa– ñeros de trabajo, no sólo con los católicos, sino principalmente con los indiferentes y ateos, que eran la gran mayoría. 487

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