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Los Religiosos antes que ser "Padres", quisieron ser "hcm1anos". Esto es fundamental en el Evangelio: "Ustedes son todos hermanos, ni llamen a nadie 'Padre' en la tierra, por– que uno solo es su Padre, el del cielo" (Mt 23, 8-9). Los Religiosos abrieron ojos y oídos a la vida; constataron la presencia de los menesterosos, y experimentaron "entrañas de mise– ricordia" (Le 1, 78). Sintieron la necesidad de aproximarse, de hacerse hermanos, de solida– rizarse. Decididamente optaron por la línea profética. No se negó lo sacerdotal, pero se bus– có adecuarlo al estilo evangélico. No todos, dentro de las Ordenes Religiosas y de la Iglesia, comprendieron el sentido profético del paso que comenzó a dar la Vida Religiosa. Como a los profetas de todos los tiempos, y sobre todo como al Profeta Escatológico Jesús de Nazaret, se acusó a estos Reli– giosos de "quebrantar el sábado" 0n 5, 18), de blasfemar (Mt 26, 65), ele querer destruir el templo (Me 14, 58). Son acusaciones típicas de la casta sacerdotal, de los que no quieren complicarse la vida, o salir de su horario y mezclarse con los desharrapados, buscando pro– blemas y enfrentamientos. Al atacar a estos Religiosos proféticos, se estaba defendiendo el ámbito de poder y de privilegio que siempre habían disfrutado los eclesiásticos desde el Cons– tantinismo. "¿Aqué profeta no persiguieron sus padres?" (Hech 7, 52). La pregunta de Esteban pro– duce escalofríos. Yo no sé si los Re ligiosos que abandonaron el centro del poder y de las in– fluencias y se trasladaron a la periferia de la debilidad y pobreza, sabían lo que les esperaba. Supiéranlo o no, la realidad es que la persecución y el martirio no se hicieron esperar, no sólo de las autoridades paganas sino también, desgraciadamente, de las que se honran con el nombre de cristianos, de los "falsos hennanos que se celaban de la libertad que tenemos en Cristo Jesús" (Gál 2, 4) . América Latina y la Vida Religiosa en estos últimos 25 años tie– nen un amplio historial de profetas martirizados de mil maneras: to1turas físicas, amena– zas morales, incomprensión, persecución, silenciamiento, deposición de sus puestos, muerte física. Ahí están los seis jesuitas de El Salvador como último dato. Es que se quiere absolu– tizar el culto y colocarlo por encima d e la vida. El absurdo que Jesús intuyó en la última cena: " Llegará la hora en que todo e l que les mate a ustedes, piense que da culto a Dios" On 16, 2). El culto antes que la vida, y si hay que matar, se mata porque se prefiere el sa– crificio a la misericordia. Una lectura que me hace pensar es el testimonio de Pablo acerca de su vida profética: "Yo más que ellos. Más en trabajos, más en cárceles, muchísimo más en azotes; en peligros de muerte muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos los 40 azotes menos uno; tres ve– ces fui azotado con varas; una vez apedreado... peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros entre falsos hermanos, noches sin dormir, hambre y sed, frío y desnudez..." (2 Cor 11, 23-27). No se trata simplemente de trabajos y fatigas que cualquiera puede pasar en una vida azarosa, por ejemplo un explorador o un aventurero. Es la hostilidad a un mensaje, al anun– cio de que la vida importa más que las ideologías, de que e l hombre está por encima del templo, del sábado, de la Ley y del sacrificio, y que siempre será preferible tener corazón a la preocupación legalista y a la austeridad ascética. Es la libertad de los hijos de Dios que Pablo defendía contra los judaizantes: "Para ser libres nos liberó Cristo. Manténganse fir– mes y no se dejen oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. Ustedes han roto con Cristo si buscan la justicia en la Ley. Se han apartado de la gracia" (Gál 5, 1-4). Los Religiosos que han optado por la vida y por la misericordia, saben que se encuen– tran en lo nuclear del Evangelio. Buscar la justicia en la Ley es romper con Cristo, no tener nada de cristiano, anuJar la gracia. ¿No deberíamos temblar ante la exagerada insistencia por parte de algunos en la observancia de leyes y normas? No abogamos por la anarquía sino por establecer el verdadero fundamento de la fidelidad: no el esfuerzo humano sino la gracia del Señor. El primer Concilio de la Iglesia abordó este problema. Pedro habla proféticamente: "¿Por qué tentar a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos" (Hech 15, 10-11). Y Pablo resumirá este Concilio de Jerusalén en lo que hoy, después de Medellín y Puebla, llamamos opción por los pobres: "Nosotros debíamos tener presentes a los pobres, cosa que he procurado· cumplir con todo esmero" (Gál 2, 10). 441

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