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más en sintonía con el Evangelio y con los pobres de nuestro Continente. Agarro el bolígra– fo y me pongo a escribir, rápidamente, tengo miedo de olvidar o de no tener tiempo para decirlo todo. Quiero resumir estos 25 años de historia de Vida Consagrada en la frase: "Entre la vida y la muerte". Algún autor escribió "entre el temor y la esperanza" que me gusta más pero no es bueno copiar. En el contenido coincidimos. No pretendo sentar cátedra. Sería ridículo aspirar a ello cuando se está viviendo entre los indios. Ellos nos dan lecciones de modestia en su cotidianidad, con su paciente terapia de chinchorro, pero también nos enseñan a luchar por sobrevivir en medio de un ambiente hostil de escorpiones, arañas venenosas y serpientes de todo tipo. Creo que los indios, y los campesinos, y la gente de los barrios, nos infunden ganas de vivir contra toda esperanza (Rm 4, 18). Eso es lo que define, para mí, la Vida Religiosa en AL.: quiere vivir en autenti– cidad, salir de lo mediocre y rutinario, y lucha por ello. ¿Lo está logrando? Está entre la vi– da y la muerte. La expresión en su ambigüedad puede equivaler a estar moribundo, pero no es eso lo que intento decir. Estar entre la vida y la muerte significa también arriesgarlo todo por la vida. Pero la amenaza de muerte está ahí. Hay plenitud de vida pero e l morir acecha a la vuelta de la esquina. Precisamente por esa plenitud de vida que envidia quien carece de ella: "Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sab 2, 24). Pero no queramos decirlo todo a la vez. Vayamos por partes. l. LA VIDA POR DELANTE Me parece que los Religiosos y Religiosas en A.L. tuvieron en algún momento la expe– riencia que tuve yo cuando llegué a la Gran Sabana para convivir con los pemones. Los Re– ligiosos no se limitaron a hacer acto de presencia entre los pobres. También los ricos pue– den hacerse presentes entre los pobres, regalando cervezas, ropa, o prometiendo mejoras. Una cosa es hacerse presentes, y otra muy distinta hacerse cercanos. Los que viajamos en w1 autobús, estamos todos presentes en el autobús. Pero no estamos cercanos afectivamen– te, no somos próximos, como nos quiere Jesús de Nazaret. Los Religiosos en AL. comenzaron por acercarse, haciéndose solidarios. Inmediata– mente cayeron por tierra doctrinas y teorías. Cuando la vida va por delante, la doctrina deja de ser una ideología, y tiene que ajustarse a la realidad. Se comenzó a vivir de otra manera la vida religiosa, pasando del peso de las tradiciones a una mayor fidelidad al seguimiento de Jesús. Un detalle importante, por ejemplo, es que quienes se han aproximado a los pobres, ya no han vuelto a preguntarse quiénes son los pobres. Ya no se especula sobre la sutileza de pobres que no sean pobres, o de ricos que puedan ser pobres sin dejar sus riquezas. Es que no hay tiempo para filosofías interesadas. Se vive con los pobres, y basta. Además, desde el momento que los Religiosos se han acercado a los pobres, automáti– camente han dejado de idealizar a los pobres. Han visto la cruda realidad al desnudo: po– bres que son flojos y holgazanes, pobres que se emborrachan, pobres que roban, pobres con– cubinas y adúlteros, homosexuales y drogadictos. Pero lo sorprendente es que toda esa la– cra de miserias y pecados, no ha impedido amarlos. Precisamente ocurrió lo contrario, sus defectos y pecados suscitaron un amor desinteresado, un amor que no nace de la carne ni de la sangre, sino gratuitamente Un 1, 13). Así los Religiosos están experimentando el mis– mo amor de Jesús, ese amor que escandalizaba a los fariseos, porque mientras Jesús ponía la vida por delante, los fariseos ponían por delante sus principios doctrinales; y de este mo– do se hacía inevitable el conflicto: "No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Vayan a aprender qué significa aquello de 'misericordia quiero, que no sacrificio' " (Mt 9, 12-13). Los Religiosos en AL., después del Vaticano II, después de Medellín y Puebla, se han acercado a los pobres, se han hecho solidarios, han practicado el amor desinteresadamente, gratis, sin esperar nada a cambio, ni siquiera el que vayan a misa. 437

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