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contra la guerra, contra la autorización de la muerte del hennano. El Concilio fue un canto a la vida; hoy estamos volviendo a los cantos fúnebres. Las aguas se irán serenando, pero la historia juzgará los excesos de autoritarismo y la falta de diálogo. Se preguntará por qué se firmó en Puebla una verdad tan consoladora -yo me la aprendí de memoria: "La Iglesia confía más en la fuerza de la verdad y en la educación para la libertad y la responsabilidad que en prohibiciones, pues su ley es el amor" (P 149). Uno lee a Pablo y se alegra con su apertura mental y su optimismo: "No extingan el Espíritu; no desprecien las profecías; exa– mínenlo todo y quédense con lo bueno" (1 Tes 5, 19-21). GNo nos estamos quedando con lo rutinario, lo mediocre, lo que no inquieta, lo aburguesado, lo fácil? Sea Dios quien nos juzgue y perdone, porque no me fío mucho de los juicios humanos antifratemos. Hemos optado por la vida. Pero nos han colgado la muerte a la espalda. Y entre la vida y la muerte vamos haciendo nuestro camino. Nadie nos impedirá cantar, como el juglar me– dieval: "Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, especialmente por el hermano sol... Loado seas, mi Señor, por quienes perdonan por tu amor y soportan enfermedad y tribulación. Bienaventurados los que las sufran en paz pues de Ti, Altísimo, coronados serán". Desde Urimán, en esta mañana lluviosa, vaya mi felicitación y aplauso a todos los Reli– giosos latinoamericanos que han optado por la vida, y en consecuencia por los pobres; a los que ha rechazado ser padrastros y viven alegremente su condición de hermanos; a los que no les importa perder categoría y distinción por lavar los pies a los marginados de la socie– dad; a los que trabajan en la intercongregacionalidad para forjar la hennandad ecuménica. Como capuchino, el abrazo fraterno a todo lo franciscano y a lo no-franciscano, a toda la creación, al agua de la lluvia que está cayendo ahora, a la hermana-madre tierra que se em– papa y se hace fecunda, a los que han muerto y en sus sepulcros encharcados esperan la resurrección de la vida... Mi agradecimiento emocionado a la mujer, especialmente a la mu– jer religiosa, trabajadora, en vanguardia, humilde como la Virgen María (Le 1, 48), minus– valorada por la autosuficiencia masculina; a la mujer que lucha por la igualdad y libertad en la comunidad de los hijos de Dios. Ojalá en la Iglesia se hermanen hombres y mujeres, CELAM y CLAR, franciscanos y no-franciscanos, ojalá... 5. CONCLUYENDO Declaro que en todo lo que acabo de escribir, no pretendo contraponer a buenos y ma– los. No estoy diciendo que buenos son los Religiosos que han hecho opción por los pobres, y se han ido a los barrios, a las zonas campesinas, a misiones entre indígenas; y que los Re– ligiosos de las grandes parroquias de nuestras urbes o de los colegios de clases selectas, sean Religiosos malos. Ese es un planteamiento falso , por cualquier ángulo que se le mire. En el mundo todos somos pecadores. "El que no tenga pecado, tire la primera piedra" (Jn 8, 7). "Todos se desviaron, a una se corrompieron ; no hay quien obre el bien, no hay siquiera uno" (Sal 5, 10; Rm 3 , 12). "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mis– mos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1, 8). Entre los Religiosos que se fueron a la periferia hubo defecciones, pérdidas de vocación, pecado. Los fracasos personales no ilegitiman la validez de una opción. Estas experiencias dolorosas ayudan a madurar. Lo que nos debe preocupar es coincidir, aun en nuestro pecado, con la práctica del Pa– dre. GEs la ley o la misericordia? En el Evangelio hay una parábola que se suele titular "del hijo pródigo". Ahí estamos todos metidos. También podemos identificamos con el hijo ma– yor. Pero lo que nos interesa meditar es la praxis del Padre. El Padre de la parábola optó por la vida, por la misericordia: "Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida" (Le 15, 447

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