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No es la unidad monocolor, uniformada. Es la unidad en la diversidad, la pluriformidad. Aquí se da el curioso factor de que el conocimiento de otros carismas lleva a reafirmar el propio, sin minusvalorar los otros. Están surgiendo por muchos países del Continente americano Centros lntercongrega– cionales. Para mí constituyen un signo de los tiempos. He trabajado en el !TER de Caracas desde su fundación (1979) y puedo asegurar que nadie ha sentido flaquear su ideal congre– gacional frente a los ideales ajenos. Y no es que sean estos Centros un mal menor, como algunos insinúan: ya que la propia Orden no cuenta con suficiente personal educador, ha– brá que echar mano de otros religiosos. Si tuviéramos ese personal, tendríamos que prescin– dir de los demás. Yo pienso que mantenerse en el círculo limitado del propio Instituto, llevaría a un em– pobrecimiento mental lamen table. Ciertamente es necesario que se complemente en la pro– pia casa de formación la cosmovisión peculiar, pero abrirse a otras mentalidades supone más ventajas que riesgos. ¿Qué es, por ejemplo, ser franciscano? No voy a dar una definición metafísica. Diría sencillamente que es reconocer y amar fraternalmente a todos los seres sin apropiárselos. De ahí que lo no-franciscano integra lo franciscano, aunque parezca contradictorio. Fran– ciscano es amar no sólo lo franciscano, sino también lo no-franciscano: el sol, la luna, el fuego, el lobo... Y amarlos fraternalmente respetando su identidad y diversidad. El herma– no lobo es no-franciscano. Yo no soy franciscano si no amo al hermano lobo. Si sólo ama– ra lo etiquetado como franciscano, dejaría de ser franciscano. Los ladrones aparecen en la vida de Cristo ("Hoy estarás conmigo en el paraíso" Le 23, 43), y también en la vida de Francisco: "Hermanos ladrones, venid junto a nosotros, pues somos hermanos y os traemos, para que comáis, buen pan y buen vino" (Espejo de Perfección, cap. 4). iExtraordinaria Eu– ca1istía! Porque es apertura, amor, comunión, ecumene. Pero cuando lo franciscano se en– concha sobre sí mismo, cuando no se comparte y se apropia, cuando "cada uno come su propia cena... ya no es comer la Cena del Señor" (1 Cor 11, 20-21). Si hay que amar al lobo y a los ladrones, a los sarracenos y otros fieles (capítulo 12 de la Regla Bulada), ¿por qué no a los Benedictinos, a los Jesuitas, a los Dominicos? ¿por qué no trabajar con ellos, y complementarnos, y realizar la unidad ecuménica más allá de las di– ferencias? Yo experimenté en carne propia que mi trabajo intercongregacional fue tildado por algunos hermanos como traición a lo franciscano. Y nunca me sentí más franciscano– capuchino que cuando aportaba en la variedad de la Iglesia lo específico de nuestro carisma. La Iglesia no es un fin en sí misma, sino que está al servicio del mundo y de la no-Igle– sia. "Ellos no son del mundo como yo no soy del mundo... Como tú me has enviado al mun– do, yo también los he enviado al mundo" (Jn 17, 16. 18). He aquí la diferencia =No son del mundo. He aquí la complementariedad = los he enviado al mundo. Podemos decir que antes detectábamos lo dominicano, lo jesuítico, lo salesiano, lo be– nedictino, lo franciscano... Hoy podemos decir que en A.L. se está logrando, sin perder la identidad de cada carisma, el florecimiento de la Vida Religiosa en cuanto tal. Es el nuevo carisma de la unidad de las diversidades, el carisma de la catolicidad de las Ordenes Reli– giosas; es lo que hoy se está llamando la intercongregacionalidad. Expresión de esta intercongregacionalidad es la CLAR, que está siendo par'd los Reli– giosos lo que para las Conferencias Episcopales es el CELAM. La CLAR ha reflejado el nue– vo talante de la Vida Religiosa, con la vida por delante, pero también con la muerte pisán– dole los talones. Con su opción por los pobres, respondiendo al pueblo oprimido, a la invi– tación del Evangelio y a los requerimientos del mismo CELAM. La CLAR ha promovido la colaboración de los Religiosos dentro del mejor espíritu del Evangelio, ha estimulado la dimensión contemplativa, la colaboración con las iglesias locales, la pastoral de conjunto, la adaptación a los tiempos, la vuelta a las fuentes, la fidelidad al propio caris• !d. Tuve la res– ponsabilidad de poder colaborar con el equipo de teólogos de la C:LAR, y ,0y testigo de su trabajo concienzudo, ele la seriedad de su pensamiento, de la espititualidad de sus plantea– mientos. No somos infalibles, y es humano el equivocarse, pero uno no puede eliminar la sospecha de que frente a la CLAR hay prejuicios, intereses creados, que se utiliza la lupa en un afán de descubrir errores, para imponer silencios y presiones. iCómo nos hemos ido ale jando del Concilio Vaticano II con su resistencia a los anatemas! El único anatema fue 446

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