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El formador no está dispensado de seguir a Jesús. Será fomrndor en la medida que sea cristiano hasta la médula. No impartiendo teorías, sino entregando su vida. Es la rica expre– sión de Juan al describir la muerte de Jesús: "entregó el espíritu" On 19, 30). Entregar el es– píritu es morir y a la vez dar vida, es la efusión del Espíritu que nos llevará a la verdad com– pleta (Jn 16, 13). Ojalá que la vida, con sus trabajos, sus fracasos, sus dolores, continúe siendo e l ámbito de la formación de los religiosos. Ojalá que los pobres nos sigan instruyendo. Ojalá que los formadores cualificados dejen de ser padrastros para ser hermanos. Ojalá que Jesucristo sea "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 29). 4. LO FRANCISCANO Y LO NO-FRANCISCANO Antes del Vaticano II viví una experiencia muy especial. Durante una tempomda estuve trabajando de sacerdote-obrero. En aquellos tiempos el hábito era una indumentaria que no apeábamos de día ni de noche. El hábito nos identificaba, pero también nos separaba de los seglares y de los religiosos de otras congregaciones. Había como una competencia y rivali– dad a veces poco evangélica. Cuando estuve trabajando de obrero, obviamente el hábito quedó encerrado en la maleta. Sinceramente confieso que me sentí más cercano a los reli – giosos de otras congregaciones que, como yo, trabajaban sin hábito, y también más proxi– mo a los obreros con los que sudábamos nuestra jornada. Un poco a contrapelo, el hábito ha ido perdiendo vigencia. Y uno de los aspectos po– sitivos de este hecho, es que se han estrechado lazos entre todos los religiosos. Por supuesto que hay razones de más peso, pero desde lo fenomenológico la cosa aparece así de sencilla. Muchos se preocupan. Hay una nivelación de carismas y se pierde la id entidad propia, dicen. Esto sería grave, lo reconozco. ¿ocurre realmente así? Si nos remontamos a los orígenes de la espiritualidad de cada Orden o Congregación , constatamos que se enraízan en el mismo Evangelio. En la fuente original hay una mayor convergencia entre todos los santos fundadores, y cuesta establecer límites diferenciales. Después, con el correr del tiempo, cada instituto se va enriqueciendo con su historia pro– pia, sus tradiciones, su estilo. O sea, que los brazos de un río a través de su recorrido re– ciben influjos distintos y se van diversificando. Cuando desembocan en el mar son ríos di – ferentes, pero en su origen no hay diversificación. Las congregaciones emergen del Evan– gelio, pero las épocas históricas les dan tonalidades nuevas. Es clásico el ejemplo del franciscanismo. Observantes, Conventuales, Capuchinos. to– dos alegan su identificación con Francisco. Pero la historia no perdona, y nuestras historias nos separan. En estas historias hay verdaderos tesoros que ennoblecen, y miserias humanas que avergüenzan. Por eso no podemos caer en la ingenuidad de afirmar que todos somos lo mismo: Bene– dictinos, Dominicos, Franciscanos, Jesuitas, Salesianos, Opus Dei... y lo único distinto sería el envase o la etiqueta. No. Hay una diferencia real. En América Latina durante estos años se está valorizando a los otros Religiosos sin ce– lotipias. Lo "otro" ya no es lo diabólico, lo vitando, sino mi hermano, un colaborador en la construcción del Reino. Así como los Religiosos salieron de sus castillos monacales para acercarse al mundo de los pobres, resultó que este mundo de los pobres actuó como agluti– nante de los diferentes Religiosos. Mientras frai les y monjas cultivaron gente de alta so– ciedad, era hasta cierto punto lógico que pelearan entre sí para quedarse con la rica cliente– la. En cambio los pobres han hecho posible que los Religiosos fraterni zaran entre sí. Los Religiosos que han hecho opción por los pobres, descubrieron los valores de otros institutos. Las Congregaciones van dejando de ser círculos hem1éticos, ghettos cerrados, y está sur– giendo la Vida Religiosa en cuanto tal. Se va caminando hacia un ecumenismo esperanza– dor, que fue la petición repetida del Salvador en su despedida: "Que todos sean uno"' (Jn 17. 11). 445
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