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Pero en esto, como en otros muchos aspectos, se dio un retorno al Evangelio. "El úni– co Maestro es Cristo, y todos somos hermanos" (Mt 23, 8). No es cuestión de juego de pa– labras, hay toda una densidad teológica en estos adjetivos: padre, maestro, hermanos... Se nos dice que Padre sólo hay uno. En el orden de la gracia, por supuesto. Biológica– mente hay muchos padres, y el Evangelio no puede negar esa realidad. Lo que Cristo prohí– be es llamar a nadie "padre" en sentido espiritual. Pues bien, ese sentido es precisamente el que estamos usando y abusando. Recuerdo que en las postrimerías del Vaticano II algu– nos miembros conciliares dignos de mayor respeto, suscribieron el acuerdo de renunciar a los títulos honoríficos de monseñor, excelencia, eminencia... y quedarse solamente con el título de "padre" como más evangélico. Era un momento del proceso del retorno al Evan– gelio. Fue un gesto que debe ser aplaudido. Pero no fue una vuelta plena al Evangelio. Se quedaron a mitad de camino. Tenían que haber tenido el valor de incluir "padre" en la lista de los títulos eliminados, y llegar lisa y llanamente al nombre de "hennano". Aplicándolo al terreno formativo, es obvio que ningún formador es "padre". Sólo Dios es Padre. Ocupar el lugar de padre sin serlo es lo que llamamos "padrastro". a padre autén– tico es expresión de amor y misericordia. El padr'dstro es expresión de autoridad y legalis– mo. El diccionario entre las acepciones de padrastro pone la de "mal padre''. Una formación estructurada sobre el esquema "formadores - padres" y "formandos - hi– jos", maestros y discípulos, sabios e ignorantes, tenemos que calificarla simplemente como falsa. Se apoya en unos asertos que el Evangelio rechaza. La correlación auténtica es Dios = Padre, Maestro, Sabio; todos nosotros (formadores y formandos) - hijos, discípulos, apren– dices. Pero la correlación entre formadores y formandos no puede ser la de padres-hijos, si– no la de hermanos. La Vida Religiosa de estos 25 años denunció el falso planteamiento. No puede ser pri– mero la teoría y después la vida. No puede basarse en la verticalidad de los formadores so– bre los formandos, ni en el poder-obediencia como única relación. Coherente consigo mismo, la Vida Religiosa puso la vida por delante para la tarea for– mativa. La vida es la que nos enseña a vivir. Después podremos establecer nuestras teorías, no como absolutos, sino siempre revisables a la luz de la vida. La relación fonnativa es ver– tical únicamente desde Dios, pero con los fo1madores debe ser esencialmente fraterna, de caminar juntos, de acompañarnos mutuamente, de aprender como hermanos en la cátedra del único Maestro, del único Sabio (Si 1, 8; Rm 16, 27). iQué importancia recobra así la oración comunitaria como escucha y docilidad a la Palabra de Dios! Los planteamientos formativos han dado un viraje de 180 grados. De lo teórico a lo vi– tal. Del autoritarismo a lo testimonial. De lo pseudo-paternal (padrastro) a lo fraterno. De ser los formandos simples destinatarios, a ser sujetos de su propia fonnación . Así actuó Je– sús. Llevó a los Apóstoles a la vida, hizo que le acompañaran en su campaña profético-pas– toral. No los encerró en un invernadero. Les dijo que no se consideraran maestros, que lo suyo era ser discípulos, no maestros (Mt 28, 19), porque Dios se ocultaba a los que se creían sabios e inteligentes, y se revelaba a los pequeños y sencillos (Le 10, 21). Ellos no debían aspirar a los primeros puestos, sino tratar de ser los últimos y servidores (Le 22, 26) y tener la osadía de abajarse para lavar los pies: "Ustedes me llaman el Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes tam– bién deben lavarse los pies unos a otros" Un 13, 13-14). Los formadores en AL. han perdido protagonismo pero han ganado en fraternidad. Lo suyo es lo testimonial. El autoritarismo es e l recurso de los débiles e inseguros. Cuando se es ejemplo de vida, cuando la vida va por delante, el formador no tiene que echar mano del "ordeno y mando". Como el buen pastor que da vida, y no como el asalariado a quien no le importan las ovejas (Jn 10, 11-13). El buen formador es el que lo da todo, el que agota todos los recursos, el que se ha apro– ximado al formando de tal modo que nunca lo ve como un extraño. íClaro que sigue vigen– te la corrección fraterna! (Mt 18, 15-17). Pero el formador más que juez, se considera her– mano. "¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?" (2 Cor 11, 29). Temo a los formadores novatos. Yo también lo fui y cometí muchos errores. El nuevo formador, con la mejor voluntad, se cree llamado a destacar. No comprende que se le llama 443

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