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primeras fraternidades de penitentes de san Francisco, las que nos inducen a identificar– los como comunidades eclesiales de base. Sin embargo no dejan de tener algún interés al– gunas líneas de la Regla de los Hermanos de la Penitencia aprobada por Nicolás IV. Los sodalicios o agrupaciones de peni– tentes de san Francisco reciben en ella el nombre de fraternidades. Se dice que los can– didatos, cuando hayan cumplido los requisitos prescritos, sean admitidos "ad consortium fraternitatis". La fraternidad se edifica sobre la unidad de la fe católica y la obediencia a la Iglesia; tiene su norma de vida, en la que sobresale la Oración de las Horas. Tienen estas fraternidades su gobierno propio y una cierta condivisión de bienes, me– diante el aporte voluntario a la caja común destinado a la ayuda a los miembros necesi– tados de la fraternidad y a los enfermos. Resalta fuertemente la preocupación por la paz y la reconciliación. Uno de los oficios más importantes de los ministros es el pro– mover la paz. A estas líneas escuetas habría que añadir lo que en las diversas fraternida– des disponían los estatutos propios en rela– ción con las más varias obras sociales, la sepultura y los sufragios, sea en favor de los socios, sea en favor de otras personas. Transfiriendo aquel espíritu a nuestra rea– lidad de hoy, Geneviéve Allaire y J.P. Rossi, ministros nacionales de la OFS en Francia, escribían en 1987 en Des Lai"cs dq,ns l'Eglise: "La Fraternidad franciscana por su propia vo– cac ión al constituir agrupaciones comunita– rias en torno a la intuición evangélica de Francisco, debe tomar conciencia que tiene su puesto en el vasto movimiento que impul– sa hoy a los cristianos a construir la Iglesia partiendo de pequeñas comunidades; de co– munidades llamadas de base, en las que el misterio de la única Iglesia se concretiza, no en la dispersión, sino en la rica pluralidad y e l entreverarse de experiencias diversas" (6). Continúan su hermosa reflexión sobre la fraternidad como comunión de seguidores de Cristo en ambientes populares. En América latina las comunidades de base tienen su propia historia y una fisono– mía plural. La experiencia ya hecha en línea con este movimiento eclesial, puede ser una clave para leer y aplicar a nuestras fraterni– dades en A.L. lo que dicen las Constitucio– nes acerca de la fraternidad local; pero sin alterar su carácter carismático y sin debilitar "la plena comunión con e l Papa y con los obispos en un diálogo abierto de creatividad apostólica" (Regla OFS,6). Los Ministros Generales dicen en su car– ta sobre La Vocación y misión de los Laicos Franciscanos (n .20): "Las comunidades eclesiales de base han puesto de relieve en nuestro tiempo la necesidad de vivir en una comunidad de dimensión humana, donde sean posibles las relaciones interpersonales, la co– munión en la fe y en la caridad". En ellas es palpable el nacimiento y crecimiento de la comunidad eclesial desde un discipulado so– lidario en el que los hermanos se comprome– ten progresivamente con Cristo, enraizándose al mismo tiempo, con fe iluminada, en el pueblo, identificándose con sus trabajos y sus esperanzas. Las Constituciones OFS reconocen la existencia de fraternidades territoriales y de fraternidades personales. Por su parte las fra– ternidades territoriales pueden existir en el territorio de una parroquia o en el de una diócesis. No se tiene como único criterio el acomodarse a las estructuras eclesiales y re– ducir toda comunidad de base a célula parroquial. El dinamismo que nace de la base es más variado y complejo, como lo muestra la historia misma de la Primera Orden. (7) A la luz de un siglo de historia En la encíclica Humanum Genus contra la masonería el papa León XIII manifestó una vez más las esperanzas que tenía puestas en la renovación de la Tercera Orden, d iciendo: "Crezca día a día este santo sodalicio... del cual puede esperarse este precioso fruto: el de abrir los espíritus a la libertad, a la fra- 109

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