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LA FRATERNIDAD SEGLAR FRANCISCANA Jaime Zudaire, ofm. cap. Algo más que un título La Orden Franciscana Seglar es conocida también con el título de "Fraternidad Seglar Franciscana". En Francia esta denominación ha prevalecido sobre la de OFS. En España, en Canadá francés, y en Brasil el cambio de título, e.d ., pasando de Tercera Orden a Fra– ternidad Seglar, fue, en la época del Concilio y del inmediato postconcilio, todo un signo de renovación y de vuelta a los orígenes a san Francisco, "el hermano de todos", y a sus primeros seguidores (1). Las nuevas Constituciones recogen este propósito de fidelidad al espíritu de Asís : "La fraternidad en la OFS tiene su origen en la inspiración de Francisco de Asís, a quien el Altísimo reveló la esencialidad evangélica de la vida en comunión fraterna" (art. 28). La fraternidad es una vida y una estruc– tura de comunión que el espíritu de fraterni– dad inspira y anima . Cuando las Constitucio– nes afirman que "el Altísimo reveló a Fran– cisco la esencialidad evangélica de la vida fraterna", no hacen sino aplicar a este caso concreto la confesión del santo en su Testa– mento: "Nadie me enseñaba; el Señor me reveló que debía vivir según la forma del santo evangelio". Las expresiones "hermano y hermana" fueron en su tiempo comunes en grupos y asociaciones de penitentes, o simplemente de fieles, deseosos de vivir "la vida de la Iglesia de los apóstoles". Francisco asumió y poten– ció esta actitud evangélica, inseparable por otra parte de su experiencia de la paternidad de Dios. En sus escritos la palabra hermano se repite insistentemente; sólo en la breve Re- 108 gla Bulada, 52 veces. Es una insistencia que da su color propio a la Forma de Vida, a las relaciones entre los religiosos y entre éstos y sus ministros, a la actitud de acogida y servi– cio respecto de todos los hombres y también a las relaciones con todas las criaturas. Fue y sigue siendo un gran don del Señor a toda la Iglesia (2). En los trabajos para la redacción de las Constituciones y de la Regla de la OFS, los franciscanos seglares y sus asistentes tuvie– ron ante los ojos los escritos, y más aún la experiencia de Francisco (3). Comunidades eclesiales de base Es ya un lugar común el señalar en las fraternidades de los siglos XII y XIII un pre– cedente histórico de las actuales comunida– des eclesiales de base (4). A decir verdad, no se puede hablar de tal precedente histórico como de una realidad uni– forme. En la documentación reunida por el Meersseman encontramos penitentes que vi– ven vida de comunidad cuasi conventual, y penitentes que viven en sus propias casas uni– dos por lazos espirituales y jurídicos más o menos estrechos. En algunas de estas comu– nidades se emite el voto de castidad. En otras sus miembros son personas casadas con un proyecto de vida y un gobierno laica); algu– nas se dedican más o menos intensamente a los enfermos, a la atención de los peregrinos o a la enseñanza; en otras sus miembros, ar– tesanos, ponen en común el fruto de su traba– jo. Diferente es también el ámbito social y eclesial en el que se realizan e influyen. Estos penitentes recibían el nombre de hermanos, no tanto como designación de per– tenencia a una comunidad penitencial, cuanto porque se presentaban fraternamente unidos, hermanados. Después, los términos hermano y hermana adquirieron una connotación ca– nónica (5). No son los textos legislativos, sino las aproximaciones a la vida de grupos como las
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