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descubren como la gran pedagoga: "Hagan lo que El les diga" (Jn 2,5). María ya no volverá a hablar en los evangelios, para dar lugar al que es la Palabra de Dios (cfr. Jn. 1,1). No nos basta con ser discípulos, hemos de tener conciencia de nuestro papel de pedago– gos, de saber llevar al único Maestro, de no interferir en su enseñanza. Lo femenino aquí coincidirá con la delicadeza y el respeto a la voz del Espíritu. El Evangelio destaca la íntima relación de María con el Espíritu Santo en la obra de humanización de Dios y esto es importante para nuestra reflexión. Es como si la santi– dad del Espíritu Santo se personalizara en María. Los esponsales de María con el Espí– ritu no son un acontecimiento privado que solamente interese a la joven de Nazaret. "Concierne a todos los hombres, particular– mente a los femenino que se encuentra en cada uno de nosotros, y primordialmente en las mujeres. Lo femenino es camino de per– fección, en cuanto sede en la que el Espíritu historifica su santidad . .. Todo lo maternal, lo intuitivo, lo acogedor, lo que es expresión de proximidad, comunión y participación, de verdaderamente humano, es asumido por María y hecho realidad por el Espíritu San– to" (8) . Realmente María ha significado un valioso aporte de lo teologal femenino en la vida humana. Lo femenino en lo humano El hecho mismo de que se esté utilizando el substantivo "hombre" para designar a todos los miembros de la raza humana, nos lleva a asociar lo humano con lo masculino. La idea dominante es que lo verdaderamente humano es lo viril, lo fuerte, lo racional. En cambio lo femenino aparece como lo débil, lo sentimen– tal, lo cordial. Se diría que es como lo huma– no de segunda categoría, lo inmaduro. El punto de vista de muchos, hoy en día, es todo lo contrario. Estamos asistiendo al comienzo de la postmodernidad, en la que se hace una crítica al imperio de lo racional; y se 104 está recuperando el valor de lo débil, de lo sentimental, de lo cordial (9). Tendríamos que decir que cuando la perso– na humana se concentra en la razón y en la fuerza bruta, es cuando se deshumaniza. Es preciso que se llegue a dar cabida a lo afectivo, al sentimiento, incluso a la misma debilidad, para que la persona alcance su plenitud hu– mana. Tendremos que meditar mucho las palabras de Pablo: "¡Miren, hermanos, quiénes han sido llamados! No hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos ni mu– chos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y des– preciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es" (1 Co 1,26-28). En la tarea de humanizar Dios no se fundamenta en la sabiduría (razón) ni en la fuerza, sino en lo que a los ojos mundanos es despreciable: la ternura, lo cordial, lo afectivo, en una palabra, lo femenino. Sabemos que entre lo masculino y lo fe– menino no hay un corte definitivo y tajante, sino que todo hombre tiene elementos feme– ninos, lo mismo que toda mujer tiene ele– mentos masculinos, y aunque haya predomi– nio de unos sobre otros (es lo que constituye el ser hombre o el ser mujer) se debe buscar una armonía y una complementariedad, no sólo entre los diferentes sexos, sino dentro de cada persona, para lograr ese equilibrio y serenidad que da el ser humano. En definitiva, el ser humano no se constituye sólo con la masculinidad; se requiere lo femenino para recuperar la condición humana en plenitud. Lo femenino en la Vida Religiosa Es coherente aplicar ahora a la vida ecle– sial, y especialmente a la Vida Religiosa y en concreto al Franciscanismo, estos aportes teológicos, marianos y antropológicos. Los hechos vienen a corroborar lo reflexionado. Es un hecho curioso que antes que los hombres pensaran en consagrarse a lo que

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