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por todo este dolorido cuerpo". Con Lori de Silva conduciendo en San Gabriel. Raniero Da Silva, en San Antonio y Macao. Y el im– pensable Arturo Rossi, con sus dos ayudantes, en Palo Grande. Imponente el "ruido negro" del Riberón. Y definitivas las siete páginas dedicadas al grandioso tránsito de Palo Gran– de (II, 162*-168), páginas dignas de la Eneida... "apparent rari nantes ingurgite vasto"... Nadie quería ayudar a Oteiza a pasarlo. Estaba loco. Este trozo no se navega. Sólo el haber sabido encontrar un Arturo Rossi que aceptara y que, en medio de la vorágine de agua y piedras, no se echara atrás ya indica la talla de Oteiza. No se ahogó ninguno de los cuatro locos, de mila– gro. Oteiza se dio un golpe mayúsculo en una caída por una roca resbaladiza. Es la narra– ción que mayormente merece figurar al lado de las grandes gestas épicas de la humanidad. ¡Qué fácil hubiera sido saltarse esta torrentera por la carreterita de al lado! Oteiza tuvo el sen– tido común antitrágico de no querer lo imposi– ble, raudales de Teotonio (II, 97) y Girau (II, 115) sorteados, pero hizo retroceder esta cómo– da palabra -"lo.imposible"- a su última gua– rida, al infierno de las palabras. Casi todo es posible para el Libre, casi nada es posible para el Esclavo. Nuestra humanidad tan castigada y a menudo tan resignada, debiera estarte agradecida para siempre. Lector amigo, cuan– do sufras una hora baja, relee estas siete pági– nas que Oteiza escribió ex-profeso como la mejor ayuda a la debilidad humana. Trascendencia Llego al final de este programa de relectu– ra. Como una biblia del pueblo, liberado a me– dias por la mano de Bolívar, mejor hubiera sid_9- enumerar el libro, no sólo por capítulos sino por versículos, para su mejor citación. No sé si los tipógrafos conseguirán acordar los números de mis páginas de manuscrito con los definitivos de las páginas del libro impreso. He dicho biblia, como he expresado alaban– zas, siempre sin exagerar. Como aquel Arturo Rossi auténtico héroe vestido de sencillez, este pobre libro vale más de lo que parece. Ya en el final digo biblia porque, como ella, este libro no sólo toca la tierra sino que también toca el cielo. Ofrece contemplación. Más que ninguna parte de la obra, recomiendo la relectura directa de los textos que ahora cito. "Un río y una isla para mí solo" (II, 112*). Un espacio límpido con total ausencia de distan– cias, donde Velázquez o Vermeer quedarían transportados (III, 53), a la hora quieta de las seis de la tarde (III, 103*). La perfecta comu– nión con la naturaleza. El desasimiento com– pleto de sí mismo (III, 66), Más allá de tanta palabra falaz, el silencio (111, 71 *), la emoción más profunda, "el sentimiento oceánico", el éxtasis (II, 37*; III, 88*-89). La noche, el gozo, "la redondez y totalidad de la paz" (III, 222*) con que acaba su escrito. FRAGMENTO DE LA OBRA Antonio Oteiza, ofm.cap. A las JO de la mañana salgo con el misionero Lanciotti, en automóvil, carretera al norte, para el lugar donde se supone se encuentran las fuentes de los dos ríos en su máxima proximidad. Me dice que soy el primer forastero que conoce que llega aquí buscando estas cercanías de los dos afluentes, y que tampoco ha oído que antes hubiera llegado nadie. A los diez minutos dejamos a nuestra izquierda el riachuelo Taguarasú, que baja al Guaporé, a nuestra derecha está el Jaurú. Seguimos carretera de tierra por esta divisoria, es u11 paisaje montañoso y verde, suavemente ondulado el que se encuentra entre los dos ríos. Luego de unos 20 kilómetros de recorrido, dejamos la carretera y entramos a caminar por una vereda, nos encontramos con unos comisionados del gobierno que aquí están buscando muestras de tierra, de minerales. Nos dicen que de rocas hay granito, gneiss (anfiholija), esquitas, micas; de minerales: ilmenita de composición Ti O3(Mg Fe). 263
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