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cribe con gusto al capitán-poeta Britto (11, 90- 104). Descubre en un rincón más apartado del mundo, en Piedras Negras, del Guaporé, al anciano Ladislao Mercado que como él es un raro enamorado de la naturaleza (III, 91-93). Da su brújula como regalo al otro capitán de barco, José Santos Souza, de Puente y Lacer– da, porque vio que la codiciaba (III, 97). Sinto– niza con el misionero italiano Nazareno Lan– ciotti, de Jaurú, que, aparte de haberlo acom– pañado al centro neurálgico de América del Sur y de su viaje, es un arquitecto que constru– ye en sintonía con la naturaleza (111, 124). Recuerda también aquel íntegro Prefecto del alto río Negro que conduce al barco de vitua– llas para la sobrealimentación de los niños de las escuelas, que va y viene de una orilla a otra a lo largo de toda su circunscripción, repar– tiendo, sin estafar, un grano de alimento. Se lleva, castizo, con él un fotógrafo para que quede constancia de cada entrega (1, 15-19). Sin amargura y con piedad describe a los "siringueiros", recolectores de caucho (11, 81), a los "garimpeiros", buscadores de oro (11, 86). Habla de la explotación del tanino extraído del árbol llamado quebracho (III, 178). Pasa con "amorosidad" por delante de las chozas con techo de palma de los indios. Observa y explica el arte no figurativo de símbolos y figu– ras abstractas de los indios. Lo atribuye a un efecto de compensación humana ante el es– pectáculo apabullante de una selva demasiado concreta (111, 62). Nos sorprende con una visión espeluz– nante. Al reclamo de unos terribles gemidos venidos de la selva, descubre a un indio con la pierna atrapada entre una rama y el tronco de un árbol, la otra pierna colgando inerte, medio muriéndose, mientras los insectos le comen la carne dejando una raya negra sobre su espina dorsal. Que no siempre Natura sirve dulzura (11, 136*-138). Llega a tiempo de salvarlo. Del extremo inferior de la humanidad, comenta que los monos son los parientes "pobres" de los hombres y que, por ello, parecen resentidos (11, 82). Pero sus preferencias van, pienso yo, hacia el otro extremo de la humanidad, los hombres afinados, sutiles, santos. Nos presen– ta la curandera Conchi Chapli, y, a propósito de ella, se extiende en la justificación de los visionarios auténticos y los artistas populares, humildes, sencillos, geniales, certeros (III, 23). Quizás el personaje más prominente, dentro de su absoluta modestia de verdad, es el Profe– ta Miguel Silvero, milagrero y vidente en Valle Mi, junto al río Paraguay. Es conducido a él por obra del capitán. Después seguiremos con ese capitán, pero es evidente que el Profeta ha cautivado el corazón del Peregrino. Dudo que el cronista haya dejado constancia escrita de todo lo que se comunicaron, se visionaron y se adivinaron esas almas iguales en espíritu y opuestas en materia, una fija como una estre– lla, la otra voladora como un cometa de los cielos (III, 182*-187). El Profeta pide al Pe– regrino que hable a las gentes de la Virgen de Caacupé, patrona del país. Más tarde el Pere– grino irá al Santuario de la Virgen de Caacu– pé, cumpliendo misiones encomendadas y es– cribirá (111, 207*) con la más delicada ternura sobre los otros peregrinos que la visitan. Y tratando del tema humano no podían faltar unas consideraciones sobre los grupos humanos. Primero les dedica unas palabras bastante negativas: el grupo tendrá la fuerza del más débil del grupo. En cualquier empre– sa, el débil frena a los demás y les resulta una cadena. Por eso él va solo (11, 148-149). Pero la misma vida le da la lección contraria. Bajando en barco por el Paraguay, se topa con una tri– pulación que forma un equipo modélico. Es el grupo perfecto (III, l 70*- 171 ). Cohesión y libertad. Se explaya en un canto a la libertad, quizás la categoría filosófica más estimada por él. Ni qué decir tiene que detrás de este grupo armonioso vibra el alma de un capitán que lee la Biblia y se deja guiar por un profeta. La palabra Es un distintivo de ese animal "fonético" que llamamos eufem'ísticamente hombre. Con– tinuamente se topa con gentes que faltan a su palabra (11, 79, 128, 130; III, 31). Palabras de inauguración y nada más (11, 81-82). Mentiras. Ya no se fía de lo que se dice. Se suele decir que el río aguas arriba es innavegable. Convie– ne experimentarlo todo (11, 90, 92). Continua– mente se sirven palabras vacías de hechos, especialmente las dirigidas al pobre para qui– társelo de encima (II, 150). Las palabras vacías (III, 69- 70), las palabras falseadas le hacen enfermar (111, 35). En un estado, que parece desesperado, llega a execrar la palabra, su negatividad. Habla en medio de la niebla (II, 106*). Se habla demasiado y se camina poco (III, 30); se repiten inacabablemente las palabras. 261
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