BCCCAP00000000000000000001573

parece lo malo (1, 85*) y los poderosos añaden prohibiciones al Viajero (III, 162). Come de lo que comen los que le rodean (1, 100-101). Sabe recibir y sabe dar (II, 120). El recibir, con agra– decimiento, que es dar el corazón a cambio (1, 135). Es un comunismo natural y espontáneo. En el fuerte del Príncipe de Beira, en donde debe esperar, nos explica cómo el Caminante debe adaptarse a cada lugar, morir a sí mismo para renacer mil veces en tantas nuevas situa– ciones (III, 69*). Quizás el momento más bello es aquel en que nos habla de la "amorosidad". "No fui forastero en ninguna parte". Llegado a Buenos Aires después de tanta selva exótica es tenido por argentino por los propios argenti– nos (III, 2*). Sin citarlas nunca, alude a todas las reco– mendaciones evangélicas hechas a los mensa– jeros de la Buena Nueva. El salesiano Gerardo le pide seguridades, una autorización de los gobiernos, un patronazgo de "sponsor" (III, 133-134). El va a la "evangélica". El cuerpo pide aventura, esfuerzo, riesgo (1, 125). Escoge la inseguridad del viaje, huye de la seguridad. "Las peligrosidades...": raudales, vientos, llu– vias, pirañas, malaria (11, 26*). Escoge la línea recta, siempre avanzando. "Mirar cada árbol una sola vez" (11, 41). No volver la vista atrás. El origen Entre tantas frondosidades, entre tanta lu– juria de formas, sonidos, colores y tactos, ¿quién es el valiente que busca la raíz, el fon– do, el origen? La gente se te hace amiga si le conoces el lugar de origen (1, 17). Aquellas vas– cas de 'Txistu" de Asunción, connacionales de Oteiza. El origen de cada persona, de cada pueblo, de cada río, de cada continente. "A toda tierra, a todo río hay que pisarle el cuer– po" (1, 47*). Hay que reconocerlo osadamente aguas arriba, como hacen los salmones. En ciertos momentos cuesta remontar la corriente (1, 36-37). Se descubre en el origen el misterio de las cosas, el misterio del Casiquiare entre el Orinoco y el Amazonas (1, 170), el misterio del Palmita} y del Aguagrande que casi se besan entre el Amazonas y el Plata (111, 125-141), misterio de las dos grandes cuencas y punto culminante de la aventura en una especie de origen o de centro de gravedad del gran Conti– nente por donde corría la imaginación y los deseos de Simón Bolívar, muy cerca de donde fue a dejarse matar el Che Guevara. El presente En todo el libro está el presente. No hay prólogo de preparaciones. No hay epílogo de recapitulaciones. Empieza un día y una hora y así acaba otro día, otra hora. Se suele confun– dir el presente con la superficialidad. Los hombres serios y responsables estudian el pa-. sado para conocer las causas del presente y conjeturan el futuro para adelantar el presen– te. Pero el verdadero pasado se fue. Lo que queda de él es presente. Aquel perro salvaje disecado en el museo paleontológico (111, 164), ahí está bien presente. Y el verdadero futuro aún no es nada. Lo que se adivina de él es ya presente. El presagio de tormenta, con su vien– tecillo inquieto y el vuelo bajo de los pájaros, ahí está bien presente. El presente sólo se vive si se va sin prisas (1, 23). Lo realmente bello es lo nuevo de cada momento nuevo (11, 50). Detenerse, caminar despacio (III, 151 ), vivir las cosas (III, 70), "para que cada hora no se me marchara sin haberla escuchado" (11, 3). Antonio Oteiza en su libro nos ha dado tantos presentes que nos ha ab rumado. El también confiesa que la den– sidad de sus presentes le abruma y nos enseña a huir, un rato, del presente para hacerlo soportable (11, 46). Demasiado presente podría quemar al pobre observador. Observación Observar es guardar lo que se te presenta. El Navegante observa muchas cosas al pasar. Hay un jugador de solitarios que, no sabiéndo– se observado, se hace trampas a sí mismo con los naipes (11, 70). En otro sitio se cruza con un perro que ni le mira, pero unos pasos más, y hombre y perro coinciden en volver la cabeza atrás para vigilarse subrepticiamente (111, 65). Observa las costumbres variadas de los varia– dos pájaros (III, 92). Unos pájaros en una rama van volviendo la cabeza al paso del bar– co, como si fueran militares al paso de la ban– dera (111, 108). Otro perro vivo resulta tener los mismos rasgos del perro "paleontológico" del museo. ¿Se escapó el perro disecado? (III, 164). Observación y humor. Ve venir un borracho y remeda sus andares para que lo deje en paz (1, 11). Se da cuenta de que le aumenta la ima– ginación si tiene café en el estómago. "La ima– ginativa empieza en el estómago" (11, 89). Se sorprende de ver los indios invariablemente 259

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz